27/08/2020
 Actualizado a 27/08/2020
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Estamos inmersos en la segunda ola de la pandemia y, definitivamente, nos hemos vuelto locos. Y no sólo nosotros, los infelices ciudadanos que todo lo que ocurre lo soportamos con una resignación digna del santo Job, sino que también los políticos han perdido, esta vez parece que para siempre, el norte. Que los tres meses de confinamiento, de arresto domiciliario, iban a traer consecuencias para nuestras vidas, lo sabía hasta el más tonto del pueblo. Y como no dijimos nada, como nos callamos como ahogados, los políticos se han creído que todo el monte es orégano y se han soltado la peluca de la soberbia y de la impunidad para hacer cosas que ningún hombre debe y puede aguantar. Por ejemplo, el que manda en Castilla la Mancha, el señor García Page, ha prohibido vender bebida a partir de las diez y media de la noche. Se parece, como dos gotas de agua, a la ‘ley seca’ de los años veinte del pasado siglo en los Estados Unidos. Sabemos como acabó aquello: mercado negro, estraperlo, instauración de un estado paralelo a través de la mafia... Fijémonos, para entenderlo, en lo que ocurre con el comercio ‘ilegal’ dela ‘maría’ y todos lo comprenderemos. Pues lo mismo... No contento con esta prohibición, el señor García Page, también ha cerrado todos los ‘puti clubs’ de la región. Y uno pregunta, lleno de inocencia, ¿cómo se puede cerrar una actividad que no existe legalmente? Las señoras putas no existen en este país, por lo menos con el amparo de la ley del trabajo, de la seguridad social o de hacienda. Además, cómo pueden declarar ilegal una actividad que es la válvula de escape de cientos y cientos de españoles que están más que hartos del jefe, de la suegra, de los hijos y hasta de su esposa? ¿No nos damos cuenta de que ellas, las señoras putas, son uno de los pilares de nuestra sociedad? Parece que no, y así nos va. Criminalizar a estas buenas samaritanas es igual de estúpido que hacerlo con nuestros jóvenes. Después de haber soportado el confinamiento más férreo de Europa, ¿os esperábais que se comportasen como monjas de clausura o como hermanitas de la caridad? ¡Pues claro que quieren quedar, emborracharse hasta perder el sentido y, llegado el caso, follar como si el mundo se estuviera acabando! Tres largos meses matándose a pajas, con el solo consuelo de las páginas guarras de Internet, no alivian a un chico(a) de veinte años. No si no está enfermo. Por eso entiendo que queden para pasárselo como piratas con pata de palo, parche en el ojo y cara de malo. Por eso no entiendo que, desde todos los ámbitos de poder, se les ponga en el ojo del huracán, se les intente hacer responsables de algo de lo que no tienen ninguna culpa. Sé que tenéis (sobre todo los que comulgáis con las ideas políticas de los partidos que forman el gobierno de la nación) muy frágil la memoria. A pesar de ese confinamiento brutal al que fuimos sometidos, España es el país de Europa con más casos de Covid diagnosticados y el primero, o el segundo, da lo mismo, con más muertes por millón de habitantes. ¿Para que sirvió, entonces? Pareciera lógico que aquí hubiesen muerto muchos menos hombres y mujeres de los que la cascaron, vamos, digo yo; y, en el actual rebrote, en esta segunda ola, en la que ya vamos a la cabeza de Europa, otra vez, en contagiados y muertos, ¿vamos a tragarnos el suelto de que son los jóvenes los mayores culpables? Por eso, que salga en la televisión el doctor Simón, (‘Saimon dice’, en inglés), pidiendo a los ‘influences’, que utilicen su poder en las redes para poner coto los desmanes juveniles es, desde cualquier punto de vista, inmoral. Primero, porque esos ‘influences’, de no estar enferma de muerte la sociedad, no deberían influir en la vida de nadie ni un gramo, ni un centímetro, por cuantificar la cosa. Son parásitos que se aprovechan de otros más parásitos que ellos. En segundo lugar, porque pidiendo ésto, Simón acusa a un colectivo de algo que, como dije antes, no es culpable. Haría bien el buen doctor en revisar todo lo que ha dicho, en este largo tiempo de padecimiento, desde su púlpito de predicador cuáquero, y reconocer él y quién lo manda, que no está para hablar. Y debería hacerlo como castigo, como cuando en el colegio nos hacían repetir un examen o escribir mil veces «no debo de decir mentiras al profesor». Este señor ha dicho algo y luego se ha desdicho de lo dicho, por lo menos, cien veces. Eso sí: buscando chivos expiatorios es único. En primavera fueron los que mandaban en las residencias de ancianos. Ahora, los jóvenes. Él, su jefe, nunca tienen la culpa de nada.

Ser demasiado inteligente es, muchas veces, igual de peligroso que ser imbécil. No hay más que ver las cagadas que cometía, en todos los episodios, Sheldon Cooper. Menos mal que él tenía a Penny para arreglar sus desafueros. Simón, que se sepa, no tiene a nadie.

Salud y anarquía.
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