04/10/2016
 Actualizado a 19/09/2019
Guardar
La semana pasada un amigo me envió un Whatsapp que decía: «Estarás disfrutando con la guerra civil del PSOE». Así mismo, alguien comentaba que ahora habría que ver los telediarios comiendo palomitas, como quien se sienta a ver un culebrón o una película. Pero el tema es tan serio y grave que no se puede frivolizar. En otros tiempos por cosas menos importantes se generaban guerras civiles.

De Pedro Sánchez escribimos hace algún tiempo en esta sección: «Confiemos en que sus sensatos compañeros de partido, que los hay, pongan freno, y en su sitio, a este irresponsable y nefasto personaje y a sus secuaces». A juzgar por lo que estamos viendo estos días parece que sus compañeros también pensaban lo mismo. No se trata ahora de hacer leña del árbol caído, que no muerto, pues aún mantiene vivas sus raíces, sino de que saquemos alguna lección de esta lamentable experiencia.

Un programa político no puede tener como prioridad y fundamento el odio al adversario, sino que debe hacer propuestas positivas concretas o críticas constructivas y razonadas para mejorar la situación. Tampoco se puede pretender gobernar desde el odio. Esos discursos enfurecidos y populistas, generalmente vacíos de verdadero contenido y demagógicos, son más bien propios de repúblicas bananeras o de las dictaduras.

No cabe duda que en España se ha perdido una gran oportunidad para dialogar y llegar entre todos a acuerdos sobre los temas que más preocupan a la sociedad española. Los últimos resultados electorales han venido apuntando en esta dirección. Precisamente las recientes elecciones en Galicia y Vascongadas han sido elogiadas porque ha predominado la sensatez y la moderación.

Lo malo de la política es que para algunos se ha convertido en el único medio de vida y entonces lo único que cuenta no es el servicio a los demás sino el propio beneficio. Y en este sentido a algunos lo único que les importa es alcanzar el poder, como sea. Pero es que, además, el buen político tiene que ser inteligente y saber esperar. No puede descalificar globalmente a sus opositores, sino aceptar lo bueno y ayudar a cambiar lo menos bueno.

Y, no nos engañemos, Sánchez ha dado pruebas de inmadurez y sectarismo, pero sigue habiendo muchos de sus correligionarios que piensan lo mismo que él. Por eso no es indiferente que quien sea su sucesor procure evitar caer en sus mismos vicios y deje de comportarse en política como un adolescente. Por favor, que no tropiecen tres veces en la misma piedra.
Lo más leído