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Segadores y vendimiadores

22/02/2019
 Actualizado a 15/09/2019
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Se pegaban un gran madrugón. Cargados de sueño sobre las cinco de la mañana bajaban andando una o varias cuadrillas para coger en Herrerías el coche de línea de las nueve y más tarde el tren hasta Astorga donde durante un tiempo se dedicarían a la siega del trigo, el centeno o la avena, muy expertos en dicho faenar. Digamos que el calendario agrícola lo completaban con este laboreo fuera del pueblo unido a la práctica de la vendimia, fundamentalmente en Cacabelos. Los ingresos percibidos en ambos casos no eran muchos máxime si los comparamos con el esfuerzo y las duras condiciones en que se desarrollaba el trabajo, pero resultaban muy necesarios.

Precisamente mi padre me relató como en una ocasión acompañado por mi tío Emilio, hermano de mi madre más tarde policía nacional, fueron a la siega a Astorga. Mi tío llevaba, con buena intención, una pequeña navaja para comer, pero un guardia civil que se la vio se la quitó y con un culatazo se la rompió, alegando que lo mismo que valía para eso valía para otros fines. Poco más puedo añadir salvo agregar que también iban mujeres a la siega y que los segadores busmayorenses eran muy apreciados en La Maragatería por su gran e infatigable experiencia.

Entre los planes de los lugareños figuraba también, según he anticipado, el ejercicio de la vendimia. Solían ir a Cacabelos, concentrándose en la plaza de los vendimiadores, bautizada muchos años después con ese nombre por tal motivo. Allí acudían los cosecheros a contratarlos, a veces intentando engañarlos. Pero ellos, que se las sabían todas, impedían que lograran su objetivo como aquél que les dijo amén a todas sus propuestas y cuando llegó la hora de cumplir la primera, que les diese el desayuno, alegó que era tarde y había que salir pitando para la viña. Ellos, percatados del seguro engaño, cogieron los bártulos y regresaron a la plaza mencionada donde fueron contratados por otro. Algo nada cómodo, incluso nada higiénico y maloliente eran los sitios en los cuales dormían, pajares o cuadras en su mayoría con animales como compañeros de habitación en el segundo caso.

Las jornadas eran extensísimas, duraban hasta desaparecer la luz. Al acabar se lavabam en una fuente en Cacabelos, se cambian la ropa e iban a un lugar llamado Alaska donde todas las noches había baile. Cuando se terminaba el periodo concertado llamaban a Toño el de Herrerías para que viniese a buscarlos con su camioneta (me cuenta mi prima Estrella) y los llevase a todos hasta las mismas Herrerías tapados por una lona para que no los viese la guardia civil y los multase. Luego contentos nuevamente caminaban a casa.

Resulta evidente que yo no podría comentar nada sobre la referida época de la siega o vendimia si no me lo hubiesen narrado, sin embargo puedo hablar sobre la vendimia en fechas más recientes en las cuales acompañada por mi madre, llegadas las vacaciones estivales en el Instituto la ponía en práctica. Íbamos a Arganza. Unos amigos junto con otros conocidos nos contrataban todos los veranos. Bajábamos en el coche de línea por la mañana y regresábamos al anochecer con un caldero de uvas regaladas. Mi madre me daba mil vueltas vendimiando. Era muy eficiente. Como yo iba más lenta ella al llegar al final de cada balao o surco de cepas no pasaba al siguiente sino que volvía al mío para ayudarme. La verdad, me venía muy bien aquel dinero para mis planes particulares con o sin plazos. Llegada la Universidad dije adiós a la vendimia.

Atisbo las viñas. La tarde es un pupitre extremadamente frío. Nadie abandona el abrigo.
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