05/07/2020
 Actualizado a 05/07/2020
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Fuese junio y fuesen con él todos los sanjuanes y sampedros que en nuestra geografía son. No pocas localidades acomodaron sus fiestas en esas fechas, fiestas que eran en realidad del fin de la primavera, sin intervención de santos, fiestas que fueron ferias antes que fiestas, aunque mucho había que festejar precisamente por todo eso. Apenas queda memoria de ello, del mismo modo que nadie se pregunta acerca del porqué de esos patrones santos colocados como comodines en el calendario cristiano. No extrañará entonces que, a pesar de que no hubiera fiestas en este infeliz 2020 por decisión administrativa, sí que hubiera en cambio misas solemnes por San Juan y por San Pedro, con asistencia incluida de las autoridades locales vestidas de bonito, y que esos actos religiosos sí hayan podido sortear todas las prohibiciones de festejos.

Es lo que tiene el santoral: permanece contra viento y marea. No somos capaces de adaptar el programa profano de nuestras fiestas a las condiciones sanitarias, pero no hay ningún inconveniente para sostener el sacro. Se vio así en León, se vio en Burgos, y supongo que se vería igualmente en Zamora, en Segovia, en Soria…, en cuantos lugares pudieron innovar y no lo hicieron, pudieron esforzarse y desistieron, pudieron en fin aprovechar la ocasión para desacralizarse. Llegarán ahora todas las vírgenes del verano y sucederá lo mismo: no habrá bailes ni dulzainas, no habrá conciertos ni teatros, no habrá corros de lucha ni juegos. Sólo honras religiosas.

Y así vuelve a apreciarse, como año tras año, en el calendario escolar previsto para el nuevo curso. Poco importa que ese curso herede el estropicio del recién concluido y que, para restañarlo, bien pudieran ingeniarse otras formas de organización, incluidas las temporales. No será tal, naturalmente, porque el santoral vuelve a imponer su marca indeleble sobre todo lo que se le acerca y serán los mismos los trimestres, los mismos los interludios vacacionales y los mismos los santos días festivos.
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