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Sánchez, Balbín y nosotros

27/06/2022
 Actualizado a 27/06/2022
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Nada más conocerse los resultados de las elecciones andaluzas todos se han vuelto a mirar a Sánchez. No sólo los ganadores, sino los perdedores, como si hubiera que encontrar en esos resultados el diagnóstico exacto del tiempo en que vivimos. Como si la derrota del socialismo en uno de sus feudos tradicionales, pero también la confusión de la izquierda de la izquierda, y el acenso de VOX por debajo de sus propias expectativas, fueran la verdadera explicación de lo que había pasado, no tanto el éxito de Moreno Bonilla (el ‘bonillismo’ de no entrar a muchos trapos ni levantar en exceso la voz) y ni siquiera las nuevas formas de Feijóo, declarado defensor, según sus propias palabras, de la moderación y el centro.

Que haya suscitado tanta resaca (mediática, sí, pero también política), parece indicar que las elecciones de Andalucía se han leído como un poderoso mensaje para el futuro, como una previa, que dicen mucho los periodistas deportivos, de lo que habrá de venir en las elecciones generales. Desde el principio me mostré escéptico sobre todo esto, porque sé bien que los votantes (nosotros, o sea) votan de manera muy diferente según las elecciones y según el contexto, como por otra parte es natural. Aunque algo habrá de tendencia, no digo que no. Tal vez, de alguna forma, Andalucía esté marcando estilo (no se dice lo mismo de Castilla y León), y es ahí donde de inmediato surge una palabra que parece otra vez de moda: bipartidismo.

¿Vuelve el bipartidismo? Y, si vuelve, ¿cómo será? De inmediato de acordé del gran Balbín, que ha muerto estos días. Él, como ya se ha escrito hasta la saciedad, prácticamente inventó las tertulias que ahora son tan habituales, hizo pasar por las cámaras y los platós a todos los grandes protagonistas de la política, nos metió la Transición en casa. Hoy tal vez hubiera sido acusado de excesivamente proclive a la televisión de contenido político (hoy se maneja más el chisme y el tuit). En su época, sobre todo en la primera etapa, triunfó y merece gloria como pionero. ¿Culpable de que el debate público haya devenido en no pocas ocasiones en una batalla de frases elementales o banalidades arrojadizas? ¡En absoluto!

Muy al contrario, aunque también tenga que ver con el estilo de la época, Balbín potenciaba el lado más intelectual de las discusiones, envuelto en las volutas de su pipa, deliciosamente incorrecta a los ojos de hoy. No sé si en estos días lo resistiría la pantalla: aquellos largos párrafos, aquel coqueteo con la complejidad. Ya tenía algo de provocador hacer que todo el debate girara en torno a una película, que se pasaba antes, y no importa que fuera un pretexto para iniciar la charla. Hoy algunos se llevarían las manos a la cabeza por semejante intento de conectar la realidad y el arte, la política y la ficción. ¡Vayamos al grano!, diría alguno de esos seres acelerados que temen todo lo que no sea verborrea maniquea o pueril, o ambas.

Lo cierto es que en los últimos años el significado de la Transición, santa o no, ha sido objeto de algunas refriegas, hasta el punto de ser denostada por algunos y considerada, incluso, una época débil que no se atrevió lo suficiente. ¿Demasiado pactista? ¿Demasiado proclive a los improbables consensos? ¡El caso es que veníamos de una dictadura de cuarenta años! Pero, en fin, no espero menos de una época como esta, en la que se ha glorificado tanto la tensión y la confrontación, entre otras bellas artes.

En términos generales, resulta difícil no reconocer el gran esfuerzo de aquellos días, no tan lejanos, a la hora de acercar posturas muy dispares, para encontrar un terreno común, que no era otro que el terreno de la concordia. Varios años después, justo coincidiendo con la muerte de Balbín, apasionado por contar el nuevo tiempo que le tocaba vivir, algunos creen que hay un retorno a las posturas moderadas que ponen en cuestión la gran tensión del espectro político actual, como si la fragmentación y la confrontación revelaran cansancio, agotamiento o confusión por parte de los ciudadanos. Se habla del centro precisamente cuando Ciudadanos ha perdido muchísimo poder. Y se devuelve la batalla por el centro a los partidos tradicionales.

Nada es, sin embargo, como fue. Cada época tiene su estilo y su afán. Las proyecciones que se ofrecen tras las elecciones en Andalucía son comprensibles, y no es desdeñable su trascendencia, pues es la comunidad más poblada. ¿Se insinúa con claridad una vuelta al bipartidismo? No será sin las aportaciones en materia social que se han escrito en la última época. Pero, a cambio, se buscará menos polarización, menos ruido de fondo de la narrativa política, menos lucha de egos y menos personalización de líderes. Las sociedades más avanzadas suelen favorecer las estructuras sobre el brillo de los liderazgos. La idea del mesías populista seguramente cotiza a la baja.

La guerra en Ucrania marcará el devenir de casi todo en los próximos meses. Y en los próximos años. Ya es una losa demasiado pesada. Cuando todos los analistas han vuelto la cabeza para mirar a Sánchez, tras la derrota en Andalucía (o tras la mayoría absoluta de Moreno), lo que estaban tratando de ver es cómo Sánchez se disponía a corregir el rumbo, o a adaptarlo a los tiempos que vienen. Él también lidia con el desgaste de las aleaciones, o coaliciones, políticas, y mira de reojo el ascenso de Yolanda Díaz, en vías de construcción, pero, también, en vías de corrección y quizás reagrupamiento.

La incertidumbre que ataca con gran fuerza a la ciudadanía no es ajena a los políticos. Sánchez se enfrenta, es cierto, a un final de legislatura en el que se juntan el hambre con las ganas de comer. Mal contexto global (Putin insiste en que la guerra podría extenderse, e incluso se habla de una gran guerra sin disimulos), a pesar de que Sánchez goza hoy de más prestigio internacional, o europeo, que doméstico. En nada, la cumbre de la OTAN en Madrid le dará una visibilidad que no desaprovechará. Su reunión con Biden, por ejemplo. Pero no faltan también los elementos críticos, dentro de su propia coalición. A estas alturas, es el todo o nada. Sánchez busca tapar la hemorragia económica provocada por la guerra, la inflación, el alza de la energía… Y Feijóo le dice que bienvenido a sus propuestas. La ferocidad del momento se come algunas de las medidas de Sánchez, ese es el problema. Pero si se consolida el viraje de los votantes hacia los partidos tradicionales, sabe que aún tendrá mucho que decir. En realidad, ha salvado un ‘match ball’ varias veces. Si no en lo doméstico, Europa o la OTAN podrían dibujar su futuro.
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