21/10/2020
 Actualizado a 21/10/2020
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Antes de darse por vencido, el director de este periódico en alguna ocasión me insinuó la posibilidad de que abordara temas de actualidad en esta exigua columna. La actualidad, para mí, es tan escurridiza como el instante para el poeta: «Que se me va, que se me va, que se me fue el instante…». Con la intención de darle el gusto, me remonto a una actualidad de hace tres días, al domingo pasado, fecha en que se celebraba la festividad de San Lucas. Ese mismo domingo, casualidad, nuestro director, dedicaba su artículo dominical a la sinrazón de un calendario plagado de ‘días internacionales de’. Siempre he pensado que el inicio del fin de nuestra civilización comenzó precisamente cuando los santos fueron despojados de sus días para ser sustituidos por esos días internacionales sucedáneos que vienen a ocuparse de lo que los santos llevaban siglos encargándose con su patronazgo. Sin ir más lejos, San Lucas es patrono de los cirujanos, de los cerveceros, de los carniceros, pero hoy lo traigo a colación por ser patrono de los pintores.

Cuenta Plinio el Viejo la competición entre Zeuxis y Parrasio –artistas griegos del siglo V adC.– con el objeto de determinar cuál de los dos era el mejor pintor. Zeuxis pintó para la ocasión «unas uvas con tanta verdad» que las aves engañadas por su arte se lanzaron a picotear. Parrasio, por su parte, presentó su obra cubierta por un velo y cuando Zeuxis, impaciente y sintiéndose vencedor, fue a levantar la tela, descubrió para su asombro que era precisamente el velo lo pintado. No esperó siquiera al veredicto de los jueces y él mismo reconoció a Parrasio justo vencedor, pues él con su arte había engañado a unos pájaros, mientras que su oponente había conseguido engañar al ojo de un artista.

La distancia que va entre aquellos siglos y la actualidad es que los artistas de hoy han abandonado el trampantojo, nada le interesa al arte imitar la realidad. Se han apropiado de las trampas publicistas y asesores, gabinetes de comunicación política, con el fin de crear realidades engañosas y falsas –fake news–, con las que suplantar la verdadera, capaces de equivocar no a las aves, sino al pobre ciudadano quien, perdido en este laberinto de mentiras, sigue creyendo que vive en democracia.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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