05/06/2020
 Actualizado a 05/06/2020
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Seguimos paso a paso hacia la nueva normalidad tras el coronavirus. Una normalidad donde parece que nos tendremos que ir acostumbrando a que nuestros gobernantes mientan descaradamente en sede parlamentaria y cuando se les pille con el carrito de los helados, no pase nada; donde un ministro por salvar su cara, culpe a un subordinado demostrando una falta de dignidad y compañerismo alucinante; donde se insulte a un cuerpo tan honorable como la Guardia Civil cuando es de lo poco que funciona bien en este país; donde un vicepresidente del Gobierno con tono camorrista grite a un diputado que «cierre al salir» al abandonar una sesión. Qué le vamos a hacer, eso han votado los españoles y eso vamos a tener hasta hartarnos.

Todo esto a mucha gente parece que le da igual y tragan toda la bazofia propagandista que sale de los ministerios y del mismo Palacio de la Moncloa. Ya estamos perdiendo la capacidad de distinguir la mentira de la verdad y es que, cuando nuestros gobernantes son la principal fuente de ‘fake news’, tenemos un problema.

Ahora nos venden como un gran hito la aprobación de la renta mínima vital y parece que ya todos los problemas se han solucionado.

No digo que este ingreso mínimo no pueda ser positivo a corto plazo para intentar paliar de alguna manera los desajustes y la angustia de muchas familias que quedan desamparadas ante acontecimientos tan dramáticos como la pandemia del covid19, pero pretender normalizar esa renta mínima vital y extenderla con carácter permanente es un grave error, como saben bien en países como Finlandia.

Cuando sale el vicepresidente del gobierno o cualquier ministro «sacando pecho» de la medida, realmente deberían empezar su argumentación pidiendo perdón totalmente avergonzados. La mejor política social es la del empleo y si un gobierno no es capaz de procurar las herramientas para que ese empleo se genere, mejor sería que se fuesen a su casa a pasar la resaca.

No poder bajar la tasa de desempleo y recurrir a la universalización de esa paga mínima, es reconocer que tu grado de ineptitud es tal, que ya has perdido toda esperanza de revertir la dramática situación que viven muchos españoles sin empleo. Como les digo, cualquier político japonés se presentaría ante los medios de comunicación con una katana dispuesto a hacerse el harakiri de la vergüenza.

Esta paga va a suponer unos 3.000 millones de euros anuales de unas arcas públicas maltrechas y lo que realmente se pretende es igualar la renta de toda la población, pero a lo pobre, que la gente sea rehén del político de turno y que los ciudadanos pierdan toda esperanza de encontrar un trabajo digno porque, como saben bien los comunistas que nos gobiernan, mientras el pueblo esté ocupado en sobrevivir, no se preocupará de criticar.

Ya lo dice el refranero español, «dame pan y llámame tonto».
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