"Rompí aguas mientras araba"

Aurora Tejerina es una de esas mujeres olvidadas y anónimas que han llevado una admirable vida de trabajo, desde los 8 años, y ha criado ocho hijos

Fulgencio Fernández
07/03/2021
 Actualizado a 07/03/2021
Aurora y Vicente, 64 años casados, sujetan en sus manos una orla en la que aparecen ellos, sus padres y los ocho hijos que han criado. |  MAURICIO PEÑA
Aurora y Vicente, 64 años casados, sujetan en sus manos una orla en la que aparecen ellos, sus padres y los ocho hijos que han criado. | MAURICIO PEÑA
"No pude criarme con mis padres y mis hermanos, ni en mi pueblo. En casa éramos muchos y me tuve que venir a Ferreras con una tía".

— A los ocho años ya empecé a trabajar, hacía falta, y ya iba a cuidar el ganado al monte o de acompañante con el pastor de vecera cuando me tocaba.
— Me casé joven y tuvimos ocho hijos, bastante seguidos y no era fácil criarlos entonces, no solo por las dificultades económicas es que, por ejemplo, no había agua en las casas y tenía que ir a lavar al pilón de la plaza o al río, de rodillas, que bajaba el agua helada.
— Y no se podía dejar de trabajar. Vicente tenía que ir a la mina. Con el primer y el tercer hijo rompí aguas trabajando, con el tercero estaba arando patatas en el monte, que habíamos ido con el burro y en el burro bajé como pude. Y nació, en casa, como todos. Los ocho nacieron en casa...

Son tan solo unas frases para resumir, más bien para dar algunas pinceladas de una vida mucho más intensa, la de Aurora Tejerina, de Ferreras, aunque nació en Ocejo, como ella misma contaba con absoluta naturalidad pues "esas cosas pasaban entonces".

«Imagina lo que es criar a ocho hijos en aquellos tiempos; no había agua en las casas, tenía que ir a lavar a la fuente o al río y trabajar en el campo pues Vicente (el marido) tenía que ir a la mina»En estas fechas cercanas al Día de la Mujer (8 de marzo) parece iniciarse una carrera por buscar biografías de mujeres extraordinarias sin reparar que puedes ir a cualquier pueblo y hay una generación de mujeres como Aurora (que camina hacia los 80 años), en la que lo extraordinario fue lo ordinario. Que su biografía es una gran novela de batallas y de generosidad, pues todo lo hicieron para entregar a las siguientes generaciones una tierra más leve, menos dura, una vida más placentera y llevadera, nada que ver con la suya.

Vaya por delante un hecho que cambió el plan previsto para estas páginas. Queríamos hacer un reportaje de una de estas biografías de mujeres extraordinarias, que ellas cuentan con absoluta modestia, la de Aurora. Pero en la conversación pasó algo que no siempre ocurre: Vicente Escanciano, su marido, 64 años juntos, minero, ganadero, agricultor... se coló en la charla para hacer una reflexión mientras Aurora hablaba: "Yo muchas veces lo he pensado en la vida de Aurora y otras mujeres: eran unas verdaderas esclavas, trabajando de sol a sol y más pues muchas noches llegaba de lavar la ropa muy tarde y al amanecer ya estaba levantada. Y me pregunto: ¿pero cómo hemos podido no darnos cuenta antes? Te digo la verdad, me dan ganas de llorar».

Noté cómo Mauricio empezó a cambiar el objetivo de sus fotografías; de centrase en Aurora cambió para que fueran ella y Vicente quienes aparecían en las imágenes.

Además de aquellas pinceladas apuntadas, comenzaron a extenderse en los recuerdos, son unos excelentes conversadores los dos y animados por su vecina Laly del Blanco, colaboradora de La Nueva Crónica y natural del muy cercano pueblo de Las Muñecas, hoy deshabitado... "salvo el cementerio".

Recordó Aurora aquellos miedos infantiles de niña pastora, la boda con 24 años, el nacimiento de los ocho hijos, muy seguidos. "Todos en casa".

— Habría una comadrona en el pueblo, aquí en Ferreras.
— Yo—, bromea Vicente, para añadir: "Había una mujer que no es que fuera comadrona pero ayudaba a que nacieran los niños, algo entendía".

No es fácil imaginar mirando con los ojos de hoy cómo era viable aquella vida, sin agua en las casas, sin baño, incluso sin carretera, que no llegó hasta los años 70: "El primer baño que tuvimos en casa ya lo hicieron los hijos, los mayores", recuerdan, para añadir: "Bueno, en realidad todo lo fuimos haciendo nosotros, pues la casa que nos dejaron necesitaba muchas obras, era de aquellas de adobe que se estaban cayendo las paredes".

— Pero todo se iba arreglando—, recuerda Vicente, que invita a Aurora a recordar cuando un hijo se puso muy malo. "Bajamos con él a Puente Almuhey, al médico, y nos dio unos antibióticos y nos asustó: ‘si le hacen efecto, bien’".
— ¿Y si no?
— No hay nada que hacer.

Pero no se conformaron y marcharon con el niño a Cistierna, a Rivas, aquella especie de mago de la comarca en el que todos creían. "En realidad lo de los niños lo llevaba su hermano, pero Rivas también estuvo presente y le estaremos agradecidos toda la vida pues, además de salvar al niño, vio que de perras andábamos bien justos y nos cobró lo indispensable, las radiografías y poco más. Y muchas veces, nada", cuenta y así agranda la leyenda de aquel médico salmantino —Julio José Hernández Rivas— que se enamoró de esta montaña y se quedó en ella para siempre, un hombre en el que tenían una fe ciega por toda la comarca... y parece que con mucha razón.

Y así iban ganando esa dura batalla de la vida. "Cuando mucha gente tuvo que marchar, de aquí emigraron muchos al País Vasco, comenzamos a poder vivir los que quedamos porque ya teníamos algo más de terreno, podíamos tener algo más de ganado, los hijos van creciendo y ayudan, que aquí todo lo hacíamos entre todos, incluso los que marcharon lejos volvían de vacaciones para ayudar a la hierba...".

— Y gracias a ella; musita Vicente, que no parece curar ‘el remordimiento’ por no haber reparado antes en que aquellas mujeres trabajaban como esclavas.

Una historia extraordinaria perdida en el silencio de un pueblo casi vacío, apenas dos vecinos quedan en invierno; y en Las Muñecas nadie, en La Red también uno o dos.

Si un hombre iba a por agua a la fuente le reñían porque eso no era cosa de hombresPero Vicente también se ha revelado contra el silencio y ha escrito un libro, del que tan solo hizo unos ejemplares para la familia, en el que cuenta cómo fueron sus vidas, cómo trabajó Aurora, cómo eran aquellos tiempos: "Recuerdo que si un hombre iba a por agua a la fuente le reñían porque eso no era cosa de hombres. Y lo malo es que también las mujeres aceptaban estos papeles".

— Esperar, que voy a coger la porracha—, dice Aurora cuando vamos a recorrer ese pueblo casi vacío, recordando que sus rodillas se resienten, tal vez de tantas horas y tanto frío lavando en el río. "Me operé, me pusieron una prótesis, iba bien pero fui a saltar una presa, que creí que llegaba al otro lado pero no fue así... resbalé y me tuve que operar otra vez", cuenta con esa naturalidad de quien convierte en ordinaria una biografía absolutamente extraordinaria. Una de esas mujeres de esta tierra con la que tenemos las generaciones posteriores una deuda impagable e impagada. Y, lo que es peor, nadie piensa en pagar. Con haber inventado la expresión mágica, la España Vacía, parece que ya está todo solucionado.

"¿Cómo no nos hemos dado cuenta?", se vuelve a preguntar Vicente. 
Lo más leído