03/09/2022
 Actualizado a 03/09/2022
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'Rodá’. No dejo de recordar los ecos y el dulce regusto del extraordinario espectáculo teatral que el pasado 30 de agosto, nos regaló la noche leonesa en el Parque del Tranche por obra y arte de Producciones La Cendera. Ramillete de instantes que caló como rocío trasnochador, acompañado de mágicas casualidades propiciadas por el buen hacer de un extraordinario elenco de actores, músicos, y artistas arropados por un buen equipo técnico.

Rodá, término lleonés, refiere las huellas que dejan los carros al circular por arcanos caminos, rincones, veredas…

Fue un placer oír desgranar a Javier R. de la Varga, responsable de la dramaturgia y dirección de esta magnífica propuesta, la manera cómo el proyecto, surgido de una idea lanzada al viento, iba tomando forma, gracias a una labor de rigurosa investigación, cuyo motor era la ilusión por dar a conocer la riqueza lúdico-festiva de la región leonesa: «Se trata de un espectáculo itinerante, donde pretendemos construir las distintas escenas con la participación dosificada de los espectadores», comentaba de la Varga.

Fue el comienzo, al son de la embrujadora gaita de Rodrigo Martínez, melódico juglar. Sus notas presagiaban una historia, acaso jocosa, quizá amorosa, tragicómica puede, pero en todo caso danzarina e itinerante. O quién sabe si una fábula, o una suerte de noche de verano leonesa que iba a desarrollarse ante los curiosos ojos de unos espectadores deseosos de entregarnos al cálido arrullo del frescor nocturno. Chaquetina a la vista, como luego así fue.

De la espesura de la noche, surgió un carro leonés como esos ‘sanfroilaneros’, pero esta vez formando parte de un cortejo fúnebre. Al frente del mismo, un apesadumbrado ‘berrón’ –extraordinario, Manuel Ferrero–, procedía a dar cristiana sepultura a las cenizas de su tío Hércules, acompañado por un despistadillo y risueño mozo –impecable, Pablo Parra– tan risueño, que se atrevió a arrebatarle al cielo la mismísima luna, desafiando a la gravedad, en piruetas trazadas envuelto en telas que coqueteaban con el viento. Todo por impresionar a una guajina.

Pero lo que comenzó en comitiva mortuoria, devino en desfile procesional y luego en cortejo amoroso y en liberación existencial gracias a la maestría interpretativa de Teresa González y a la frescura y ‘charme’ parisinos de Sofía Miguélez.

Y como hilo vertebrador, las fiestas de León: S. Juan, S. Froilán, con sus Cantaderas y Cabezadas. Es esclarecedor –me indicaba Javier R. de la Varga– que sean estas dos ceremonias festivas, fuente de discrepancias por aquello de la gresca un poco innata al carácter cazurro. El conflicto, –reflexionaba Javier– tan necesario, por otra parte para el teatro.

La Cedera ha conseguido, sin duda, un espectáculo que convoca la esencia misma de aquellas compañías teatrales como ‘La Barraca’ trashumante de Lorca.

Esencia, tradición, raíces. Próxima actuación el 6 de septiembre en el Parque de San Francisco.

Y que ‘Rodá’, como el espíritu leonés que invoca, siga rodando.
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