Roberto Carro: "Queremos apuntalar aquella cultura del saber y la conversación"

'El Folk de Filandón. Romanza y mimbre' es el espectáculo que este domingo protagoniza las actividades del fin de semana en el Etnográfico, que tiene la Pieza del Mes y también recordará a su fallecido director

Fulgencio Fernández
14/04/2018
 Actualizado a 17/09/2019
Portada del disco 'Romanza y mimbre' de Folk de filandón.
Portada del disco 'Romanza y mimbre' de Folk de filandón.
'Romanza y Mimbre'  es el espectáculo de música, palabra teatralizada y artesanía que este domingo llega al Museo Etnográfico de Mansilla (18.30 horas) dentro de la programación de un cargado fin de semana. Roberto Carro es quien arrancó con este proyecto que primero fue dúo y sigue sumando integrantes e interés. Ahora son Luis Fernando Sanz (dirección musical, arreglos, guitarra española y voz), Olga Sanz (voz y percusiones); Roberto Carro (guitarra española y voz), Manuel Sanz (bajo eléctrico, guitarra eléctrica y acordeón) y el maestro artesano, de la mimbre, Luis Hueto. Un montaje para mantener vivos los viejos filandones que explica el citado Roberto Carro, quien señala: «Queremos contribuir al apuntalamiento de aquella cultura donde era imprescindible el trasiego de conversaciones y saberes».

– Le han llamado a su trabajo Folk de filandón: ¿Hay mejor música para el filandón o no parece posible que se cantaran otras canciones?
– El repertorio era amplio y las formas de acometerlos también; iba en función de las habilidades y el arte de cada cual. No dejaba de ser un encuentro donde los asistentes mostraban lo mejor de sí para dar forma al entretenimiento, mientras se realizaban labores y artesanías. Y quizá por eso, porque cada cual buscaba dar lo mejor de sí a sus paisanos, buscaban la originalidad del tema cantado o contado; algo así como lo más ignoto, la primicia de la noche.  El caudal era enorme, porque buscando esa pretendida forma «de pasar el rato», inconscientemente se aprendía, se agudizaba el ingenio y, poco a poco, se sentaba una de las formas más antiguas de la tradición oral. Por lo tanto podría valer cualquier canción, cuento, romance que formara parte del acervo popular; pero si se añadía esa pizca de misterio, de rareza u originalidad, la expectación crecía. Con folk de filandón pretendemos que pase lo mismo, la raíz de lo popular se mantiene pero se añaden  reflejos de originalidad. Es como si los vistiésemos de domingo.

– En los filandones en los últimos tiempos han ido entrando creaciones literarias, escritores que leen sus cuentos ¿También en la música? Vosotros hacéis algunas innovaciones con instrumentos poco habituales.
– Sí, es una forma de reinventar los filorios desde la música, desde la literatura…; en este caso es el filandón el que ahorma nuestro espectáculo. Lo tomamos como referencia, como espacio para volcar nuestra particular forma de verlo. Evidentemente no es la forma original y sobria de ejecutarlo; pero no es menos cierto que buscamos esa oralidad que los caracteriza, restando protagonismo a las conversaciones virtuales, que hoy nos monopolizan y dejan poco o nulo espacio para las emociones en cuerpo y alma.  

– A fin de cuentas un filandón era una reunión en la que cada cual aportaba aquello que hacía bien, contar historias, cantar lo que supiera…
– Claro, y nosotros lo reivindicamos porque humildemente es lo que mejor sabemos hacer: musicar una historia y trasladarla al público que “vela”, es el mejor modo que entendemos de establecer comunión. Por eso tratamos que sea un camino de ida y vuelta, de tal modo que no sea ninguna transgresión emocionarse sin más y espetar sin mayor consideración algo parecido a: «esa historia me la contaba mi abuela por las noches». La espontaneidad en este sentido es sumamente agradecida y necesaria.

– Después de un tiempo con el formato dúo ahora habéis crecido, más músicos, actores ¿Hacia dónde camináis?
– La idea del dúo fue el punto de partida. Crecer musicalmente dota a los temas de una mayor calidez; el sonido deja de ser solista y llegan entonces nuevas resonancias que salen de dos  guitarras españolas, una guitarra eléctrica, un bajo, el acordeón o elementos de percusión como el cajón. Las texturas musicales así tratadas adquieren otra dimensión. El artesano sigue siendo ese referente clave que tenían todos los filorios. Y los actores se convierten en narradores, teatralizan la parte etnográfica del filandón. Sus figuras entran y salen, interactúan, laboran y comentan; de tal manera que son nexo de unión con el público. Al final, de lo que se trata es de crear un sello. Una identidad sobre el bastidor principal que es el filandón.

– Y mimbre, también con un artesano en escena… ¿Es el paradigma de la artesanía popular?
– Al menos la más versátil para nuestra puesta en escena. No requiere de mucha infraestructura para ser transportada; y con un taburete, un mandil  y un  cestillo que contenga una sencilla navaja, un buje y unas pocas cuerdas de esparto, tienes todo el material que necesitas para “cerrar el espacio”. Luego está el embrujo, las sabias manos del artesano que va entrelazando las varas, emulando a la propia naturaleza animal cuando desde tiempo inmemorial tuvo la necesidad de crear sus nidos. El arte crece y los zigzagueos  de las mimbres entrando y saliendo, el olor penetrante de la dúctil madera verde se convierte en el incienso que  se pierde entre el público. La música y el teatro cierran el ciclo.  

– Roberto Carro también trabaja para que en tu pueblo, Valcabado, y en tu tierra, el Páramo, la cultura tradicional siga viva ¿Es gratificante? ¿Cómo está la salud de la cultura tradicional, de las costumbres de nuestros pueblos?
– Yo hecho una mano en lo que puedo para mantener vivas esas pequeñas cosas que hicieron felices a otras generaciones  y que ahora lamentan su  pérdida u olvido. Hay mucha gente volcada en esta empresa y eso es bueno. Una vez le pedí a mi madre que escribiese una pequeña memoria para nuestra revista local, Hacendera. Hablaba de los quehaceres cotidianos de su generación: de los trabajos de sol a sol, de la siega, el acarreo; moldear adobes, fabricar cestos y picar las bodegas...;  llevar las vacas a pastar al soto, a beber agua al abrevadero...; ir a buscar madera para arrojar el horno, llenar las cántaras de agua en la fuentina, pedir el aguinaldo por las casas del pueblo y celebrar el antruejo...; o ir al baile los domingos con unas alpargatas de diario pero bañadas en cal para que pareciesen nuevas y lustrosas.

-  Tiempos duros, por otra parte.
– Muy duros, pero  de vez en cuando, entre párrafo  y párrafo, dejaba escurrir una honesta y sentida sentencia: «había mucha miseria, pero éramos muy felices y había mucha hermandad».   Y ahí es donde me di cuenta del compromiso que teníamos con las generaciones de nuestros padres y abuelos. Y en definitiva, con nuestros pueblos. Por eso nuestro esfuerzo por mantener vivas las tradiciones, volviendo al pueblo como reclamo principal de las gentes que nacimos y nos criamos en ellos, se ha convertido en una especie de cátedra diaria. Adecentarla no es fácil y su salud  a veces se quiebra porque nos despistamos demasiado fácil con las cosas más mundanas: el ruido nos atolondra y parece que sólo importa lo que aún está por venir; porque lo de hoy se olvidó hace un instante y lo de ayer nunca existió. Pero cuando se recompone, gratifica, ¡ya lo creo que gratifica.
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