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Requiem por Virginia Martín García

26/07/2019
 Actualizado a 15/09/2019
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Ocurrió el 18, avanzaba julio, fecha que no voy a alabar en ningún momento, aunque posea la fuerza del estío y el poderoso brillo marítimo unido a la sombra ambarina de los chopos junto con el adiós anual de las cerezas, sino a lamentarla por cebarse con una persona débil.

Entonces sucedió, sin embargo yo no me enteré hasta pasados tres días. La pequeña Nayara en la hora de rehabilitación en Aspaym depositó tal verdad en mis oídos. Acto seguido acudí a varios miembros del equipo de fisioterapia interesándome por el luctuoso suceso. Luego hablé, querida Virginia, con tu madre, al otro lado del teléfono. Con su orfandad filial me contó que no fue responsable el quirófano, exitoso, sino una serie acentuada de complicaciones que ya venías arrastrando tiempo atrás. En realidad fue la propia vida quien te jugó una mala pasada. La verdad, nunca se portó bien contigo. Desde que naciste tu existencia se vio atacada por una enfermedad rara. Menos mal que estaban tus padres, quienes con las emociones patas arriba, te procuraron cuidados a espuertas siempre. Pero el mal, sin escrúpulos, día a día se cebó más y más contigo hasta anularte, quebrarte definitivamente con veintisiete tambaleantes años sin olvidar que año y medio antes te arrebató a tu padre a quien tanto querías y con quien ahora te has reunido. Seguro.

Sigo con tu historia, mi muy coqueta Virginia (contemplo tus múltiples pulseras, las mallas haciendo juego con los playeros, las sudaderas igualmente a tono). Sabrás que te estoy escribiendo a unas buenas horas nocturnas. Hace dos años escasos que nos hemos conocido y amistado en las sesiones de rehabilitación, aunque no hemos podido mantener una conversación verbal plena porque tú entendías, sí, pero las palabras no salían de tu boca. Muy atrás quedan aquellos instantes de tu vida en los cuales, según me dijo Marisol, tu madre, esporádicamente, hablabas, caminabas y jugabas algo, sí, con cobardía, sí, debido a que tus compañeros del cole muchas veces te rechazaban.

Por tu madre también conozco que admirabas a Rosa López, la Rosa de España, que estuviste con ella y te dedicó un disco. Tu madre, sí, me lo contó, ahora desde tan abrumadora soledad, pero la soledad, Virginia, nunca es totalmente radical. Sin que se percate, aunque sólo sea en sueños, convéncela, dile que no se enoje con la vida, pues encima, muy encima de Villabalter, en sigilo, velas por ella, sobre todo cuando acude al cementerio y unas pocas volvoretas azules se posan sobre tu tumba.

Un viento santiaguiño agita las persianas. Por su causa se registra fresco en las habitaciones, mejor, en toda ella, incluso en el desván, además la claridad oscurece, Álvaro Gilarte desde Medina del Campo te envía un abrazo así, otros compañeros, en León, proceden igualmente, yo, yo deposito en mi pensamiento las mismas intenciones.
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