Reflexiones sobre la estancia de Gaudí en Astorga

Por José María Fernández Chimeno

José María Fernández Chimeno
27/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Las fechas son clavos indispensables para colgar el tapiz de la historia». (E. H. J. Gombrich, ‘La historia del arte’).

Si nos atenemos a esta frase de Ernst Hans Josef Gombrich, el 23 de diciembre de 1886, se produjo un suceso que cambió para siempre el ya de por sí agitado curso de la historia de Astorga. El terrible incendio del viejo palacio episcopal dio pie a que el recién nombrado obispo asturicense, Ilmo. y Rvmo. Joan Baptista Grau i Vallespinós (1886-1893) recurriese al entonces alcalde de la ciudad, D. Francisco Javier Pineda (1885-1887), para financiar la construcción de un nuevo edificio eclesiástico, si cabe, más suntuoso. Si bien la voluntad de cooperar en muchas personas de la urbs magnifica (así la definía Plinio El Viejo) era grande, fue la labor política del ilustre astorgano que ocupaba el cargo de gobernador del Banco de España, don Pío Gullón e Iglesias, quien logró la necesaria financiación del Ministerio de Gracia y Justicia.

Las ciudades, como las personas, forjan su carácter en una época y unas circunstancias determinadas. Astorga era a finales del siglo XIX una urbe en plena efervescencia industrial y comercial, que se veía inmersa en un firme «renacimiento» cuando se produjo el arribo de Gaudí. En palabras del Cronista Oficial de la ciudad, Matías Rodríguez Díez: «La indiscutible jerarquía de Astorga en el contexto provincial se deriva de ser una importante encrucijada de caminos, un centro comercial, financiero y administrativo de primer orden, una de las sedes episcopales más antiguas y con más raigambre de nuestro país y, no menos importante, el ser el tercer ayuntamiento más poblado de la provincia –5.573 habitantes en 1900–, solo por detrás de León y Ponferrada».

Las ciudades, como las personas, forjan su carácter en una época y unas circunstancias determinadas Diferente era el caso del arquitecto catalán, quien parecía arrastrar una crisis existencial, la víspera de cumplir los treinta y siete años, en el día de la colocación de la piedra fundacional coincidiendo con la onomástica del obispo Juan Bautista Grau, el 24 de junio de 1889. El visionario prelado que había creído en el genio de Gaudí «aún inédito y con fe ciega y sin regatear medios», no solo puso en sus manos la concepción y realización del Palacio Episcopal, sino que le acogió en las dependencias del Seminario próximas a la suya, le instó a que asistiera a los oficios litúrgicos, juntos deambularon en las tardes de estío por el Paseo de la Muralla hasta llegar al idílico Jardín de la Sinagoga -hablando de los humano y lo divino-, y le permitió involucrarse en sus visitas pastorales por las tierras de la Maragatería, bajo el paisaje austero y eremítico que se extiende hasta las faldas del mítico monte Teleno; acrecentando en Gaudí su profundo catolicismo y fortaleciendo su carácter.

Es posible que la relación paterno-filial, entre el Obispo y su arquitecto, contribuyera a la «forja del genio» y sentará las bases de lo que más adelante sería su férreo carácter; pero esta se cortó de súbito el 18 de septiembre de 1893, cuando en una vista pastoral por el arciprestazgo de Tábara, el prelado se cayó del caballo y por no dar importancia a la herida se gangrenó la pierna. Gaudí acudió a su encuentro y comprendió enseguida que su “amigo y protector” estaba para morirse. Decía: «Lo hallé tan hermosamente transformado que me vino la idea de que ya no podía vivir. Era hermoso, demasiado hermoso… ¡Todo lo personal le había desaparecido! Las líneas de la cara, el color, la voz…». El cadáver fue embalsamado y llegó a Astorga pasados tres días, el jueves 21 de septiembre, en viaje por tren hasta la Estación del Oeste. Entonces Antoni le rindió un homenaje, esculpiendo la losa que hoy cubre sus restos, utilizando la misma piedra de granito blanco del Palacio Episcopal. Este tenía que haberse concluido en el corto plazo de cinco años, y próximo estaba a su finalización cuando en el otoño se paralizaron las obras. Sin el apoyo incondicional de su paisano de Reus, y vacante la sede, los capitulares que asumieron la dirección de la Junta Diocesana se enfrentaron a Gaudí por el sobrecoste de la misma. Herido en su amor propio dejó sin terminar el Palacio Episcopal, presentó la carta de renuncia como arquitecto director -remitida desde León el 4 de noviembre de 1893-, y se fue a Barcelona.

"Lo hallé tan hermosamente transformado que me vino la idea de que ya no podía vivir" Pasados 58 años de su estancia en Astorga, en el Diario de Barcelona del sábado 24 de marzo de 1951, el dibujante Ricard Opisso publicó en una viñeta un hecho de la vida de Gaudí del que hasta entonces nada se sabía. Las personas que fueron testigos habían optado por un respetuoso silencio. Lo que sucedió tuvo lugar en la Cuaresma de 1894: hacía unos días que el arquitecto no comparecía por las obras y, sus colaboradores, Francesc Berenguer y Joan Rubió (arquitecto), decidieron ir a verle a su casa en la calle Diputación, 339, de Barcelona. Quedaron sorprendidos de que Antoni estuviera haciendo un “ayuno cuaresmal”, tan riguroso, que corría el peligro de morir de inanición, vestido y calzado –tal como se hallaba echado en la cama–, y recurrieron al doctor Josep Torras i Bages, consiliario del Círculo Artístico de Sant Lluc y de la Unió Catalanista. El sacerdote le exhortó a que dejara la rigurosa abstinencia (remedo de la que los eremitas practicaban en la Tebaida Berciana), y con más motivo en su caso, pues el designio de Dios era otro: que se dedicara en cuerpo y alma al Templo de la Sagrada Familia. Gaudí recupero la voluntad de vivir y se iluminó su semblante, levantándose de inmediato.

Sobre este extraño suceso, el arquitecto Juan Manuel Almuzara tiene su particular visión: «…veo que los autores tienden a plantearse dos situaciones bastantes antagónicas: unos creen que fue consecuencia de un fracaso vivido por el arquitecto el año anterior, y mencionan la penosa despedida de Gaudí por los canónigos de la Seo de Astorga después de la muerte del obispo Grau, teniendo que dejar inacabado el Palacio Episcopal. […] En cambio otros autores se inclinan a considerar aquella autoimpuesta penitencia como una preparación que no tenía otro objeto que atraer los favores del Altísimo en el momento que iba a iniciar la fachada dedicada al Nacimiento del Niño Dios…».

Sea de una o de otra manera, lo que es seguro es que Gaudí salió fortalecido de la vital experiencia vivida en tierras leonesas. Como dice el señor Puig Boada al referirse al arquitecto: «Esta época es el gran momento de la vida de Gaudí, el momento heroico. Diez años hace que trabaja en el templo y en él tiene puesto todo su amor. La Gracia actúa persistentemente y enriquece su alma de poeta, plena de la visión de belleza del mundo y quiere evocar en la construcción de esta fachada todo lo que bulle dentro suyo».

Jose María Fernández Chimeno es doctor en Historia del Arte (historiador de arquitectura) y escritor. 
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