Rebelión en la granja o Pon jodiola (que diría el tío Ful)

Agustín (Gus) Berrueta — fotógrafo, lector empedernido, viajero, apasionado de todo lo relacionado con el mundo del ajedrez y cronista apócrifo de esta ciudad— nos relata cómo el confinamiento irrumpió en su pacífica vida mezclado con Bach, Gil de Viedma o Marta y Avelino

Agustín Berrueta
18/04/2020
 Actualizado a 18/04/2020
| AGUSTÍN BERRUETA
| AGUSTÍN BERRUETA
Como no tengo nietos, me consuelo con un grupo de correo en el que todos son asquerosamente más jóvenes que yo, y como mi vida es tan apasionante ya me disponía a contarles las típicas batallitas de la mili, como cuando un brigada chusquero nos dijo a cuatro reclutas con gafas aquello de «Con que sois universitarios ¿eh? ¡Pues a barrer!» mientras se le salía la bilis por la comisura de los labios... a lo que yo le contesté presto y disciplinado como soy: «¡Asusórdenes mibrigada!», me puse la escoba al hombro y salí desfilando firme y marcial sin mirar para atrás no fuese que... (Me hubiera gustado ver la cara del tipo, pero me lo contaron luego: se quedó tan descolocado que no sabía si felicitarme o mandarme fusilar. ¡Y pensar que suspendí las milicias universitarias por «falta de espíritu militar»!).

En eso llegó el confinamiento y me preguntaron cómo lo llevo (¿quieren decir que les aburre mi carrera militar?, ¿es eso?). Bueno, pues os lo voy a contar: la primera semana de confinamiento transcurrió extrañamente normal, después de todo, como jubilado que vive solo, estoy acostumbrado a no salir de casa todos los días y a discutir con la televisión; si descartamos el desencuentro que tuve el primer día de alarma con un policía nacional que parecía más un Marshal de Alabama, al que no le faltaban ni las gafas de sol (unas Rayban de mantero me parecieron) ni el tono chulesco de matón de barrio. Todo mi pecado consistió en pararme en el puente de San Marcos a hacer una foto a un cormorán. A pesar de que aún no había entrado en vigor el confinamiento y de que volvía a casa con una bolsa de la compra, me interrogó, me intimidó y me amenazó con ponerme inmediatamente una multa. En realidad no le hacía falta amenazarme, su actitud prepotente y arrogante (solo le faltó añadir la coletilla «por mis cojones») ya fue suficiente para acojonarme, así que esbocé una sonrisa nerviosa, dije «no se preocupe, señor agente, que ya me voy para casa» y huí con las orejas gachas.

Pasado el susto inicial, la segunda semana transcurrió normalmente extraña por culpa de la actitud de los pavos reales del parque de Quevedo, que empezaron por subirse un día a la valla y a los dos días ya la saltaban de un vuelo y se daban paseos por la calle como pavoneándose, nunca mejor dicho, especialmente uno más atrevido que se acercaba a mi balcón. Confieso que tuve un «momento Carpanta» en que imaginé un pavo asado relleno servido en una bandeja. La alucinación se me pasó de golpe cuando me di cuenta de que el que me miraba con ansia era él a mí. ¡Lógico! no tiene quien vaya a tirarle comida. Sentí un escalofrío y pasaron por mi cabeza escenas de «Expreso de medianoche» con sus pavos guardianes. Eso hizo que empezase a tomar precauciones y no abrir el balcón sin cerciorarme antes de que no andaba cerca el pavo psicópata.

Peor aún fue lo de la tercera semana, cuando vi pasar por delante de mi casa al mismísimo coronavirus tal como nos lo habían descrito: redondo, de color verde con pintas blancas. Pasó a toda velocidad hacia la rotonda de El Crucero, seguramente a la caza de algún transeúnte despistado. Ahí fue cuando empecé a hacer acopio de provisiones debajo de la cama por lo que pudiera pasar.

Ya imagino que, a estas alturas, más de uno pensará que soy un poco paranoico. Vale, pues no solo paranoico sino también conspiranoico, y si no, que alguien me explique lo que empezó a ocurrir a partir de la cuarta semana. Cuando parecía haber pasado la primera oleada de amenazas del Rey Pavo del Parque de Quevedo, aburrido de pasear por la calle sin que nadie le tire de comer, y de las persecuciones policiales del Sheriff del Crucero, al que habrán trasladado a lugares más conflictivos, ahora que incluso parece que está «casi controlado» el coronavirus de los cuyons, y yo ya me atrevía a sacar la cabeza de debajo de la cama, más que nada porque las bolas de polvo acumulado me estaban tapando las orejas, narices, ojos y demás orificios naturales, ahora llegan las notas al programa, y comienzan a cumplirse, inexorables e implacables, las Leyes de Murphy de la Obsolescencia, y en mitad del confinamiento se han empezado a rebelar los electrodomésticos de mi casa, que ya me gustaría a mí ver al amigo Orwell en mi lugar.

Primero el desagüe del fregadero de la cocina empezó a hacerse el remolón. Recordé que aún tenía unos polvos desatascadores de la última vez. Fue un gran acierto: en cuanto eché los polvos se atoró del todo. Como a la fuerza ahorcan, ahí me vierais metido a cuatro patas debajo del fregadero desenroscando tubos que me pusieron perdido de agua y de una pasta grumosa: eran los polvos que se habían convertido en un tapón de engrudo. Salí pringado hasta las cejas, cualquier parecido con la película «El fontanero, su mujer y otras cosas de meter» es pura coincidencia. Pero logré desatascar el fregadero. Agus 1 - Electros 0.

Muy ufano de mi hazaña, me siento en el sofá, conecto la mi televisión, que no es de plasma como la de Ful, y observo consternado que varios canales han dejado de verse o la imagen se pixela más que un cuadro de Mondrian. Puesto ya en modo Pepe Gotera y Otilio, empecé a mover el cable de la antena y ¡eureka!, volvía la imagen en algunos canales... pero se iba en otros. Descubrí que había un punto, una posición del cable formando un bucle con doble tirabuzón hacia atrás en que la cosa parecía funcionar, pero tenía que quedarme al lado de la tele sosteniendo el cable hasta que se me dormía el brazo... y yo con el cable como un gilipollas, madre, etc. Me di por vencido. Agus 1 - Electros 1. Di tú que pa lo que hay que ver en la mi tele, que solo hacen que hablar de la pande mía y pande tuya entre políticos, periodistas y tertulianos y hasta Íker Jiménez (que le ha dejado sin trabajo a un sobrino mío, cagunmimantu, ojalá se vea como las sartenes: colgao de un ojo y con la tripa negra, ja) tiene una teoría propia. Afortunadamente aún tengo películas que me copia Pepe, series que me pasa Lim y me acaban de dar una contraseña para HBO, así que estoy surtido, ¡que se ahoguen los de Supervivientes!

Pasado el cabreo, me digo «voy a calentarme un té para relajarme» y me encuentro con que el microondas no solo no calienta sino que comienza a hacer un ruido infernal, tanto que creí que iba a estallar (de esta me sacan en televisión, pensé). Me acojoné y desde entonces ni le miro, me caliento todo en la vitrocerámica y a cascarla. Agus 1 - Electros 2.

Y pos ahorita ataca la lavadora. Lavar, lava, pero se niega a centrifugar como debe ser y saco la ropa empapada. Justo estaba con el teléfono en la mano para llamar al 016 y quejarme de maltrato maquinal cuando me llama María y me cuenta que a ella le había pasado lo mismo, había llamado al servicio de averías y resultó que era solamente que el filtro del agua estaba taponado por una moneda de 5 céntimos. La broma le costó 50 euros (bien mirado, solo le costó 49,95 euros una vez recuperada la monedita, ya le sugerí que la próxima vez meta un billete de 50 y así le sale gratis la reparación). Vale, miraré el filtro del agua -le digo a María- pero... ¿dónde coño está el filtro del agua? (ni sabía que había un filtro del agua, la verdad). Milagrosamente, conservaba el manual de instrucciones de la lavadora y resultó que solamente había que girar dos tuercas en el frontal de la lavadora para quitar una tapa de plástico y desenroscar el filtro. Eso sí, la tapa y el filtro están a ras de suelo, y ahí me tenéis otra vez a cuatro patas en una posición muy poco decorosa, aún más encorvado que debajo del fregadero y culo en pompa. La película ahora se titula «Caray con el fontanero, qué limpio tiene el plumero». Porque, efectivamente, saqué el filtro del agua -que me escupió un chorro de agua directamente a los ojos- y encontré dos plásticos de esos que llevan algunos cuellos de las camisas para mantenerse rígidos (iba a decir duros pero suena..., anda que rígidos..., ¿rectos?, ¿sólidos? ¡Culo, dije culo!). Agus 2 - Electros 2.

A todo esto, mientras yo me peleaba con un fregadero, un cable de antena, el microondas y el filtro del agua, hecho todo un Manolo y Benito, más que contento de llevar la pelea en tablas por ahora (y cruzando los dedos), interviene en el chat la c... de Marta abrumándonos con que tiene síndrome de Stendhal cruzado con éxtasis de santa Teresa de tanto escuchar a J.S. Bach, «el viejo peluca» que llamaba Fernando Argenta, y a T. Luis de Victoria. Pasiones, Misas y Oficios. Concilios, Fueros y Leyes, ¡viva León! Entre Marta y Avelino, que no hace más que escribir de poetas, filósofos y pensadores, me están dando el confinamiento. Ya me gustaría a mí ver a Bach o a Gil de Biedma haciendo de fontaneros, ¡eso sí que es un oficio y no el de Semana Santa! Y no contenta con eso, nos restriega por los ojos virtuales las torrijas, la limonada y los bizcochos que se intercambia por la ventana con los vecinos... ¡qué asco!

Algún día acabará el aislamiento y será el llanto y el crujir de dientes. Velad, pues no sabéis el día ni la hora (no lo sabe ni el presidente del Gobierno, Dios nos coja confesaos).
Agus, Año I del Coronavirus. Ya si eso, la próxima semana os cuento lo de mi mili.

PS. ya que algunos tabloides se empeñan en decir que hace 50 años (¡50 daños! diría mi hermanísima) se separaron The Beatles (mentira, eso fue cuando la prensa se dio por enterada, que no es lo mismo), colgaré una canción nostálgica pero alegre, que va sobre pasear por la calle, «Penny Lane», algo que viene muy a cuento. Como curiosidad, y aunque Marta ponga cara de escepticismo, es oportuno recordar que para el solo de trompa Paul se inspiró en uno de los Conciertos de Brandenburgo de J.S. Bach, el productor George Martin (el candidato con más méritos al honorífico título de «quinto beatle») lo plasmó en una partitura y Dave Mason, trompetista de la Royal Philarmónica, lo grabó en el estudio.

https://www.youtube.com/watch?v=S-rB0pHI9fU

Al mismo tiempo, John compuso otra «Strawberry Fields Forever» también nostálgica -pero triste- sobre otro escenario de su infancia. Un ejemplo clarísimo de los diferentes caracteres de Paul y John. Casi opuestos, pero complementarios.

https://www.youtube.com/watch?v=HtUH9z_Oey8

«Valdorria está en mis oídos y en mis ojos...». «La era del río por siempre»... no suenan lo mismo, no... porca miseria.
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