23/06/2022
 Actualizado a 23/06/2022
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La Sierra de la Culebra, un paraíso en la tierra, con una carretera, la que lleva a Portugal, que hicieron siguiendo el rastro de un burro borracho, o de un ingeniero borracho, ¡vaya uno a saber!...

El caso es que se han quemado treinta mil hectáreas de monte con una riqueza biológica sin parangón. En esos lugares reina el lobo, amo y señor de la vida y de la muerte del resto de los animales. El lobo, después de esta quema, no tendrá más remedio que emigrar al país luso o a Orense o a la Cabrera, a través de la Carballeda. Sí, es cierto que por sitios adónde ir no quedará, pero en ninguno estará como en su hábitat, en su territorio ancestral.

Hace cuatro años que no me acerco a la Sierra de la Culebra, pero me puedo hacer una idea de como tiene que estar; solo me hace falta subir una cuesta de trescientos metros de desnivel y observar como está la Quebrantada de mi pueblo. Los antiguos caminos, los cortafuegos, están desapareciendo, comidos por las urces, las hilagas, las escobas o las zarzas que crecen y crecen hasta convertirse en algo parecido a la mujer barbuda del circo: desmesuradas de tamaño, con unas raíces que beben muchos metros bajo la tierra y que, en caso de incendio, hacen la función de la gasolina, multiplicando por mil el efecto devastador de las llamas.

En este caso, por desgracia, seguimos las normas que dicta otro ingeniero, (no sé si borracho como el que proyectó la carretera antes mentada o no), sentado como el Marqués de Carabás del cuento, en un comodísimo sillón, en su despacho de Valladolor. Este buen señor, lo más seguro es que no ha pateado la hermosa sierra zamorana ni una vez siquiera en su vida. También, barrunto, estará sometido a todas las presiones habidas y por haber de los ecologistas de salón de cafetería de postín de la ciudad castellana, donde acuden para dialogar con otros parásitos parecidos a ellos, de lo malo que es el hombre de pueblo, de lo ingrato que es, de lo tonto que es, porque no se da cuenta de que todas las propuestas que hacen ellos son por su bien, por su bienestar, por su comodidad, por su beneficio, en una palabra. El pobre ingeniero, antes de tomar cualquier medida, hará cábalas para calibrar el efecto que causará entre los defensores de la naturaleza, en todo el ruido mediático que generarán, en todas las molestias que le ocasionarán a él, un probo y digno funcionario apesebrado... ¿Meter cabras u ovejas para que pazcan los montes? ¡Home, por Dios!, ¡ni lo sueñes!,¡anatema! ¿Dejar que las vacas suban para hacer lo propio? ¡Doble anatema!, porque esas putas, además de destruir toda la flora, tiran unos pedos del copón...; ¡así está como está la capa de ozono!

Conozco a un pollo de la Junta, del que omitiré su nombre y su cargo, que vino un día a Vegas para subir a la cruz. El pobre tuvo la mala suerte de hacerlo a finales del verano, cuando las abejas están recogiendo miel como locas de los robles y las encinas. Le picaron... dos veces. Acudió raudo y veloz al consultorio del pueblo, pero ¡claro!, como era sábado estaba cerrado. Menos mal que andaba por el bar un médico nativo (que también los hay) y le puso una inyección, aunque no hacía maldita de falta. El pollo sufrió como Jesucristo cuando le encalomaron la corona de espinas en la cabeza... Creo que no ha vuelto a salir de Valladolid; todo lo más se acerca a la bodega de Fuensaldaña a meterse un cordero asado entre pecho y espalda; eso sí, en el campo; bueno, cerca de un campo yermo y triste como el que recorrió el Cid camino del destierro.

El Poder no tiene remedio. Durante la ola de calor sahariano que padecimos la semana pasada hubo colegios en los que los niños, ¡criaturas!, tuvieron que soportar en las aulas temperaturas de treinta y muchos grados y nadie ha protestado o, por lo menos, no lo suficiente. Algún preboste del gobierno regional, mientras tanto, ha decretado que los animales que van camino del matadero tienen que tener aire acondicionado en los camiones, no pueden recorrer más de setenta kilómetros sin parar y disponer de agua. No, no digo que me parezcan mal estas medidas; lo increíble es que los bichos tienen más derechos que los chavales... y que sus maestros. No hablo, porque seguramente diría alguna barbaridad impublicable de los derechos de los perros, de los gatos, de los canarios o de las serpientes pitón que tenemos en casa como mascotas. Viven mejor que sus amos; tienen más derechos que sus amos y son mucho más numerosas que los hijos de sus amos.

Los que no piensan, los que temen a la inteligencia como si fuera un castigo, no dejan de dar la matraca con todo este mal negocio. Debe de ser que en sus ratos libres todos trabajan en alguna clínica veterinaria o son los dueños o son comisionistas del dueño...

Mientras tanto, los niños pasan calor y los viejos que viven en los pueblos de la Sierra de la Culebra o en cualquier otra de la comunidad carecen de casi todos los servicios esenciales. No les queda otra que pasar calor o ver como el lugar donde han vivido toda su vida desparece pasto del fuego de la noche a la mañana. ¡País!... Salud y anarquía.
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