¿Qué sería de la Navidad sin el Cascanueces?

El Bolshói recupera el clásico de Chaikovski en la versión del coreógrafo Yuri Grigorovich, que este jueves se emite en los cines Van Gogh de la capital leonesa

Javier Heras
26/12/2019
 Actualizado a 26/12/2019
Semyon Chudin y Margarita Shrainer en ‘El Cascanueces’ de Chaikovski. | L.N.C.
Semyon Chudin y Margarita Shrainer en ‘El Cascanueces’ de Chaikovski. | L.N.C.
El Bolshói, guardián de las esencias del ballet ruso, recupera una de las tradiciones fundamentales de la Navidad: ‘El Cascanueces’. Año tras año, los teatros de medio mundo escogen este clásico para iniciar a las familias. Sin embargo, el comienzo de su recorrido fue tortuoso: la crítica lo despreció en su estreno (el 18 de diciembre de 1892 en San Petersburgo) por su argumento infantil. El propio Chaikovski nunca estuvo convencido: acostumbrado a adaptar la gran literatura rusa de Pushkin (‘Eugene Onegin’) o Gogol (‘Cherevichki’), le supo a poco el cuento de hadas del alemán E.T.A. Hoffmann. Por encargo del director de los Teatros Imperiales, Ivan Vsevolojsky, trabajó codo con codo con el coreógrafo Marius Petipa (en su último trabajo juntos tras ‘La bella durmiente’ y ‘El lago de los cisnes’) y con su ayudante, Lev Ivanov.

El músico compuso algunas de sus páginas más bellas en las peores circunstancias: la ruptura con su mecenas, Nadezhda von Meck, y la muerte de su hermana Sasha. El público adora sus melodías: el ‘Vals de las Flores’, la danza china, la ‘Trepak’, el ‘Adagio del Pas de deux…’. El riesgo de que nos resulten tan familiares (del cine, la publicidad o los videojuegos) es no valorar su complejidad. «La partitura es una mina de oro de ideas, un milagro», la describió Simon Rattle. Excelso orquestador, Chaikovski aprovecha todas las secciones para lograr descripciones prodigiosas. Por ejemplo, el pizzicato de arpa y violines imita la nieve, y los silbatos, campanillas o carracas construyen una atmósfera «de juguete». El tono mágico lo potencia la celesta, una especie de piano que en lugar de cuerdas lleva placas de metal, y a la que recurrió John Williams para ‘Harry Potter’.

Durante más de un siglo, la coreografía de ‘El Cascanueces’ ha evolucionado con las aportaciones de los maestros, de Gorsky (1919) a Nureyev (1968), pasando por Fiódorova para Montecarlo (1940), Balanchine en Nueva York (1944) o Cranko en Stuttgart (1967). El Bolshói respeta desde los años 60 la versión de Yuri Grigorovich, que dirigió la compañía con mano de hierro durante tres décadas. Cines Van Gogh lo retransmitirá este jueves a partir de las 20:00 horas.

Nacido en 1927 en Leningrado, como bailarín desarrolló su carrera como solista en el Kirov. Como coreógrafo, Grigorovich tomó el relevo de Lavrovski al frente del Bolshói, un emblema de Rusia, país donde la danza es una religión. Él no se dejó amedrentar: sus montajes de ‘Espartaco’ (1968) o ‘Iván el Terrible’ (1975) son una referencia mundial. Del repertorio actual del teatro moscovita, la mitad de las coreografías las firmó él. Tras su polémica marcha en 1995 por divergencias creativas, abrió su propia compañía en Krasnodar.

Ahora regresa con una tarea: «Que el Bolshói sea el Bolshói. O sea: grande», como declaró en una rueda de prensa. Fiel a la tradición clásica y al esplendor del romanticismo, siempre se rodea de bailarines jóvenes: «Son más flexibles, moldeables como la cera». ‘El Cascanueces’ exige un elenco inmenso (especialmente por las múltiples danzas del segundo acto) y una sólida pareja protagonista. Margarita Shrainer, apuesta personal del nuevo director del teatro –Makhar Vaziev–, acaba de debutar como primera bailarina tras años en el cuerpo de ballet. En Londres brilló como Kitri en ‘Don Quixote’. La crítica destacó su equilibrio, precisión y juego de pies. En cuanto al siberiano Semyon Chudin, su estatus de estrella lo refrendan premios como el Benois de la Danse y el Dance Open. Formado en Corea y solista del Bolshói desde 2011, su elegancia y la pulcritud de sus líneas lo convierten en un príncipe perfecto (por ejemplo, en ‘El lago de los cisnes’). Los especialistas lo alabaron en Montecarlo el pasado curso por ‘La fierecilla domada’ de Jean-Christophe Maillot.
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