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Qué pueden recordar las rosas

21/10/2019
 Actualizado a 21/10/2019
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Al llegar el otoño, al alejado de su tierra no le es posible eludir el recuerdo de los bosques de hayas y abedules, cuyos troncos, recubiertos de musgo, le hacen competencia a los de los robles, abrazados por los líquenes blancos, que, según parece, eran el manjar de dioses campestres y de faunos. Tampoco puede soportar la mirada sobre el jardín abandonado, sin rosas, sin peonías, sin siquiera las varas de las azucenas blancas.

Qué puede recordar aquel que regresa en el otoño a la que fue la casa de su infancia y tiene que encender el fuego y no consigue habituarse a aquel silencio, ni saber dónde está la leña, dónde las tenazas, las cerillas, y el badil que antiguamente manejaban, como batuta, aquellas madres tan expertas en todas las labores y tan tiernas en el trato que hasta con las bestias dialogaban. Tal vez hubiera sido mejor quedarse en la ciudad aquella, junto al mar, en la que ahora arden los contenedores de basura y los vehículos aparcados, a manos de una generación de jóvenes muy bien alimentados, que han tomado días libres en la universidad para protestar contra lo opresión insoportable de una España que les roba y los ataca, privándoles de su derecho incuestionable a considerarse una raza superior a la de los que llegaron una vez de fuera y trabajaron allí cuarenta años sin rechistar nunca, como esclavos.

Y uno se pregunta, sin otro motivo que exteriorizar su fracaso, qué recuerdos tendrán estos muchachos, qué jardines habrán cuidado, qué maestros habrán tenido, a qué dioses habrán rezado, qué demonios habrán leído, por qué bosques habrán andado perdidos en otoño, y qué fuegos a tierra habrán prendido cuando todavía sobre ellos no había caído el odio inoculado por sus padres y maestros, qué pueden recordar ahora en el otoño cuando ni las rosas consiguen recordar nada. Porque, como decían aquellos franceses iluminados del Siglo de las Luces: ¿Qué pueden recordar las rosas, si nunca han visto morir a un jardinero?
Leonés sin remedio, catalán sin ‘seny’, español sin ganas (como Cernuda), y, sin embargo, europeo, el cronista echa mano de sus escasos saberes y no encuentra justificación alguna para estos jóvenes rebeldes que incendian este otoño pinturero, en vez de salir al campo y escudriñar los dulces corazones de estos bosques catalanes tan preñados de toda clase de belleza. ¿Es que no tienen bastante con habitar esta tierra suya, un Paraíso Terrenal en toda regla, hasta con bosques, hayas y abedules que el otoño ahora va cubriendo de musgo y a los robles de sus líquenes blancos?

Qué pueden recordar quemando.
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