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¿Qué hacemos con la pantera?

21/05/2022
 Actualizado a 21/05/2022
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Surgen impúdicamente, acechan e interpelan . Almas tan deslavazadas como desafiantes. Testigos mudos que son criaturas alumbradas por una sociedad hiperestimulada y por muchos momentos desnortada, que a veces parece como flotar a la deriva, perdida en la vorágine de la satisfacción y autocomplacencia. Son algunos de los y las adolescentes que aterrizan en nuestras aulas.

Hace doce años comenzaba mi periplo como educadora. Llevaba entonces las alforjas llenas de ilusiones y la voluntad de rescatar a cuantos cachorrillos abandonados me salieran al paso. Recuerdo a una niña menuda de mirada huidiza y perenne ceño fruncido que sin venir a cuento soltó en medio de la clase una amenaza proferida contra su padre: «como me vuelva a poner la mano encima lo mato». La niña acabó en un centro de menores, varios meses después me la encontré con su padre en una plaza cercana al instituto degustando mano a mano una enorme pizza. A los pocos días, curioseando en aquella biblioteca de Medina del Campo alojada en una de esas casas con corralón de patio de comedias encontré un libro cuyo sugerente título renace una y otra vez en mi memoria por lo manido del tema: ‘Educar a la pantera’ escrito por el prematuramente fallecido educador Ignacio García Valiño. En una inicial nota a los lectores el autor, parafraseando al escritor Amin Maaluf, comienza justificando su elección de la pantera como símil para lograr entender tanta furia adolescente: «¿Por qué la pantera? Porque mata si se la persigue, mata si se la da rienda suelta. Pero lo peor es dejarla escapar en la naturaleza después de haberla herido».

Después de estos años es constatable que proliferan cada más en las aulas las fieras heridas frutos de los hogares desestructurados donde las guerras familiares tienen como principales damnificados a los hijos. Ellos, al menos durante la infancia y adolescencia, deberían recibir el arropo del hogar que les de nido y facilite el remonte.

No hay un perfil único de adolescente rebelde. Algunos son simpaticotes, tienen espíritu de líder aunque no va con ellos ser manada, saben reinar en medio de la jungla, atraen con la fuerza irresistible de una desafiante arrogancia. Traen heridas que no han sabido lamer de manera adecuada, adolecen de carencias afectivas que pretenden menguar con relaciones esporádicas y desesperadas, buscan fuego para apagar el suyo propio.

Y los educadores nos preguntamos cómo es posible ayudarles, si la mera escucha será suficiente. Porque llegar más allá de lo que se ve o intuye se percibe imposible.

Madres y padres que lloran en los despachos de los equipos directivos, angustia ante la sensación de haber contribuido al desgarro de una fiera que no conoce referentes porque solo ha recibido caricias zarpazos a veces disfrazadas de ropa de marca o móviles de última generación, pero que hace años no ha conocido una Nochebuena serena en familia o una barbacoa de esas en las que la ropa se empapa de olor a ‘fritanga’ a la orilla del río.

Por eso a una se le parte el alma cada vez que tiene que cursar un parte de incidencia por una conducta incorrecta, o se entera de que el chaval volverá a un centro de menores.

Ojalá tenga razón Maalouf en su reflexión final sobre la pantera a la que «también se puede domesticar». Lástima que yo no haya sabido hacerlo, pero a veces no queda otra que apartarla si quieres proteger al resto.
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