14/03/2016
 Actualizado a 15/09/2019
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Hace tiempo que recelo de los cazaconcursos que sólo ven una salida profesional a sus capacidades literarias o artísticas en los certámenes que se convocan y se fallan cada día. Y sospecho aún más de los organizadores que sólo saben promover cuando hay dinero fácil de alcanzar y un dirigente de la cuerda dispuesto a escuchar, cargando con las consecuencias de viajar con gente incapaz de hacer campaña sin pedir nada a cambio.

Pongamos por muestra –ahora que se acerca la Pasión– un certamen de bandas con cuatro agrupaciones musicales donde todas cobran una cantidad fija por actuar, una cantidad que no sale del bolsillo de los organizadores y que dispara el presupuesto. La calidad del producto es dudosa, el éxito de participación escaso y nos inventamos un tribunal que elige sobre lo elegido. Y luego se dan unos galardones que tienen más que ver con las expectativas e intenciones, incluso los favores debidos, que con los aplausos del respetable. Escandaloso, ¿no?

Por eso, cuando la gestión de un evento es un sainete, la calidad de las propuestas que pasan la primera criba es simple ficción y la formación de un jurado que califique lo que ha leído, visto u oído para dar unos premios huecos es una farsa, no sé bien qué clase de baratería se trata. Lo que me queda claro es que cuando todo se considera puro teatro, las administraciones públicas y las entidades más o menos serias deben quedarse al margen del espectáculo.
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