08/09/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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Siempre he sido hombre de poca paciencia, sobre todo a la hora de analizar el vergonzante y lamentable devenir de la cosa pública en este nuestro país. Pero cuando parece que la cabeza de uno ya ha alcanzado los máximos niveles de hartazgo, llega lo peor de lo peor en lo que a la clase política se refiere. Sé que hay muchas posibilidades en este sentido, pero hay que ir descartando.

Lo peor de lo peor no son los jetas que encadenan mandatos y mandatos con el trasero tapizado moviendo poco más que un dedo en beneficio de los partidos que les pueden garantizar el pienso. Lo peor de lo peor no son los falsos que dicen una cosa ahora y la contraria dentro de cinco minutos. Lo peor de lo peor no son aquellos que batallan más contra sus compañeros de partido que contra los que se sientan enfrente.

A todo esto ya estamos acostumbrados a poco que veamos el parte antes derendir tributo a la noble costumbre de la siesta. Es por eso que considero que lo peor de lo peor son los maestros de la provocación. Los hay en todos los ámbitos de la vida, la verdad, y sólo quieren que pisarte el callo del pie o pincharte con un alfiler para lograr que la paciencia se agote definitivamente.

Y hablo de provocación porque me niego a creer que nos consideren tan gilipollas como para que fuéramos a tragar por las buenas que el ex ministro panameño y carbonicida volviese a ostentar un cargo en nuestro nombre. Y hablo también de provocación porque me niego a creer que nos consideren tan gilipollas como para que alguien nos hable de la necesidad de diálogo después de meses y meses construyendo frases con el ‘no’ como único protagonista.

Sigan así. Luego querrán que vayamos a votar en vez de rendir tributo a la noble costumbre de la siesta.
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