12/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Una tarde le escuché contar a Ángel González la causa primera de su vocación poética. Sus infantiles pulmones no debían de funcionar todo lo bien que deberían y como cura nada mejor que el buen aire de León. Su hermana mayor estaba de maestra en Primout, así que enviaron al niño con ella para respirar salud y cielo, protegido por las vacas sagradas: las montañas.

En un paraíso de escasa densidad de población (quizás por esto es también paraíso), no hay mejor compañía que la de un libro. Pero los libros, las novelas –continuaba el poeta su relato– eran caras y su familia no podía permitírselas. Entonces, descubrió que la poesía, a diferencia de la narrativa, la podía leer no sólo una vez, sino tantas como quisiera, que no sólo no se agotaba, al contrario, cada visita a sus páginas, más tesoros y emociones le deparaba. Así que ya sólo pedía que le enviaran libros de poesía, por ahorro y por placer.

A la poesía siempre se vuelve o, también, es la poesía la que en ocasiones regresa. Ya he contado que a mí me sucede con ciertos poemas, que regresan como las golondrinas en veranos aleatorios, para quedar prendidos del alero de mi memoria como un nido de barro. León Felipe, a quien las palabras se le iban «como palomas de un palomar desahuciado y viejo» es uno de los poetas a los que visito o me visita. Como el otro día, al salir de mi último examen y terminar –con la ayuda de San Antonio, a quien siempre estaré agradecido– la carrera de Geografía e Historia.

«¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra / al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?». Me quedé pensando que son muy pocos, un número casi despreciable –por lo de reducido– los que aparecen en los libros de Historia. Reyes, asesinos, filósofos, sacerdotes y artistas, fundamentalmente. Pero apenas rastro de la humanidad que pone los muertos en las batallas, el trabajo en los campos, el sudor en las fábricas, los brazos en los remos y los diezmos con los que se levantaron catedrales y palacios. Faltan en los libros los proletarios de la Historia, aquellos que eran tan pobres que sólo podían aportar su prole, sus hijos, para que siguieran empujando el engranaje universal de los siglos.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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