18/10/2020
 Actualizado a 18/10/2020
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La proliferación de días mundiales hace tiempo que dejó pequeños los calendarios. Son tantos que empieza a ocurrir como con los Niños Cantores de Viena, que se franquiciaron y ahora son capaces de actuar el mismo día en cuatro continentes distintos. Hoy, sin ir más lejos, se celebran elDía Mundial de la Menopausia, el Día del Domund, el Día Europeo contra la Trata de Seres Humanos y el Día Mundial de la Protección de la Naturaleza (no confundir con el Día Mundial del Ahorro de Energía, que será el próximo miércoles, como todo el mundo sabe, ni tampoco con el Día Internacional contra el Cambio Climático, que tocará el sábado). Los tiempos se prestan a causas nobles, no hay más que ver las estadísticas.

Este mes arrancó con el Día Internacional de las Personas Mayores, que supongo que consiste en celebrar el eufemismo y no llamarles viejos, aunque sea una vez al año. Las redes se inundaron de emotivos mensajes de aliento hacia «un colectivo fundamental de nuestra sociedad» (y de nuestra economía, que si no fuera por sus pensiones esta provincia era ya un holograma a estas alturas), concretamente el colectivo que más caro está pagando las consecuencias del abandono y la privatización de la sanidad. Los políticos leoneses, con ese tono borbónico que les entra cuando quieren ponerse tiernos, se sumaron a la corriente de afecto y simpatía por nuestros mayores, porque para llenar de almíbar las redes sociales basta con unos emoticonos y no es necesario pasearse por el Polígono X. Allí está una de las paradas más sangrantes de la que ya se conoce como la Ruta del Despilfarro: la Ciudad del Mayor. Cuando empezaron las obras yo era un yogurín y ahora temo seriamente acudir a su inauguración pero como usuario. Le pilló la crisis económica anterior, la crisis sanitaria presente, por el camino tuvo crisis de identidad (se quiso dedicar a otro cometido) y quién sabe cuántas recesiones y recuperaciones le quedarán por delante antes de abrir sus puertas. La culpa es a repartir, que es lo peor que puede pasar, como ocurrió con la extremaunción de la minería, pues los partidos han actuado también en esto como los enanitos de Blancanieves. Aquí todo lleva su tiempo, no metan prisa ni nadie vaya a pensar que se trata de algo personal: al primer constructor de la Ciudad del Mayor, por ejemplo, que dejó empantanada la obra con un concurso de acreedores que fue, en cierto modo, otra pandemia económica para esta provincia, lo empiezan a juzgar el mes que viene por si se diera la extraña circunstancia de que hubiera cometido algún delito hace 15 años.

En el reparto de días mundiales de octubre, la siguiente cita destacada fue el pasado lunes, aquí conocido como Día de la Hispanidad y en el resto del mundo como Día Mundial del Respeto a la Diversidad Cultural. Para poder celebrar las dos fiestas a la vez se organizaron performances por todas las ciudades españolas con desfiles de coches que utilizaban las bocinas y las banderas con el mismo objetivo: ofender. Las convocaba un partido que esta semana, coincidiendo con el Día Internacional de la Tartamudez y el Día Internacional de la Oscilación, llevará al Congreso de los Diputados una moción de censura en la que quedará perfectamente resumida su forma de vida: se sentirá orgulloso de hacer el ridículo. Vox no entiende de almíbar en las red sociales, así que hace unos días le dijo al Gobierno que derogase la Ley de Memoria Histórica y, como el que le vendió la coca a Pipi, amenazó con un «primer aviso». El segundo aviso llegó por boca de uno de sus diputados en un debate que no tenía nada que ver con el tema, pero para algo han conseguido instalar allí el tono macarra, lo que sin duda es su principal éxito. Con tantos avisos demuestran su ignorancia y su desprecio por la historia de este país: el primer aviso, en realidad, está en el techo del hemiciclo desde el 23 de febrero de 1981.

La siguiente onomástica buenrollista llegó el jueves con el Día Internacional de la Mujer Rural. Otra lluvia de mensajes de reconocimiento y apoyo, emoticonos varios, su importancia en la lucha contra la despoblación, estudios sociológicos que alertaban de las peligrosas consecuencias de la masculinización del mundo rural («campo de nabos» era el término en las discotecas de pueblo), comunicados institucionales hiperperfumados entre los que no leí ninguno reconociendo el ejemplo de las mujeres que, más en los pueblos que en ningún otro lugar, tienen que asumir las decisiones importantes, tanto económicas como familiares, porque allí hay menos caretas y resulta aún más evidente que son más inteligentes y tienen más arrojo. Tampoco nadie alertó de la miserable cárcel de silencio y complicidad vecinal en la que se puede convertir un pueblo ante un caso de violencia de género. La repetición de los mismos mensajes por parte de todos los partidos y de todas las instituciones (la decidida apuesta por visibilizar y poner en valor... las inversiones que vendrán... la necesidad de igualar derechos entre lo rural y lo urbano.... el apoyo firme a quien emprende en su tierra...) hacían dudar de si se estaban refiriendo a la mujer rural o a llevar internet a los pueblos, cometido para el que habrá que buscar un hueco en el calendario porque parece que, en el fondo, dedicamos días mundiales a las causas imposibles.

Deberíamos tener menos días, o menos mundiales, para que resultasen verdaderamente efectivos. El calendario también necesita un Erte. Por ejemplo, en este país podíamos unificar santos y trasladar la fiesta nacional al 28 de septiembre, Día Mundial de la Rabia, que es el que celebramos con más determinación durante todo el año. Así, de paso, recuperarían su importancia los días mundiales necesarios, como el del cáncer de mama, que se celebra mañana. Ningún chiste por aquí. Circulen.
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