28/01/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Una de las muchas y estériles comisiones de investigación que tenemos en marcha se celebra en el Congreso de los Diputados y se centra en la gestión de la crisis económica. La burocracia parlamentaria impide que den voces y que se quiten la palabra unos a otros, como ocurre en las discusiones de bar, pero la conclusión viene a ser exactamente la misma: la culpa siempre es de otro que curiosamente no está presente. A pesar de las argumentadas y soporíferas justificaciones que hemos tenido que escuchar por parte de ministros pasados y presentes, el caso ya había sido resuelto hace años por Los del Perchero, genial chirigota gaditana: «No me fío de Solbes para nada porque veo algo raro en su mirada. No me extraña que la crisis no la haya previsto, lo raro con ese ojo hubiera sido haberla visto». Este año la crónica radicalmente ácida de la actualidad que nos suele aportar el carnaval de Cádiz parece que se va a quedar timorata. Se están celebrando lo que allí llaman Preliminares (¡menos mal que son sólo eso!) y ya se ha demostrado que la censura hoy no viene del bolígrafo de grises funcionarios que leen con detenimiento las rimas a la luz de un flexo y luego ganan el Nobel, sino de las redes sociales. Una chirigota preguntaba al público si decapitaban o no a Puigdemont, el público respondía que obviamente sí, pero luego el Centro Catalán de Negocios solicitó a la Fiscalía que actuase por presunto «delito de odio». Más tarde llegaron otros chirigoteros y cantaron que Andreíta, que como todo el mundo sabe es la hija de Belén Esteban y Jesulín, tiene «cara de papa», como todo el mundo también sabe. En cuando se bajaron del escenario recibieron un burofax de sus abogados exigiéndoles que omitieran los versos que dedicaban a Andreíta, que no quiere ser famosa si no cobra por ello como sus padres, aunque parece que no elige el mejor camino para ello. Las dictaduras conocidas hasta ahora, y perdónenme los que las padecieron y aún las padecen, se van a quedar en nada en comparación con las dictaduras de Google y Facebook, dos empresas que sin duda posicionarán muy bien esta columna en la red con afirmaciones así. Una de las pruebas más evidentes de que avanzamos hacia atrás es que, cuando desapareció Interviú, las redes sociales censuraron los desnudos históricos que habían aparecido en sus portadas en los años ochenta. Pero todavía hay quién piensa que internet no ha venido más que a darnos la libertad de información y a crear una nueva democracia. Son, por ejemplo, algunos de los que en su día protestaban enérgicamente contra la reforma de la Plaza del Grano de León, que hoy se han disuelto como autonombrados salvadores de nuestro patrimonio al ver el resultado de las obras. En ningún caso van a reconocer que se equivocaron, porque rápido encontrarán otra batalla contra otra injusticia que les haga sentir superhéroes virtuales y, de paso, denunciar la complicidad de los medios de comunicación con los políticos, quedándose de cada noticia tan sólo con los preliminares y sin saber quién la firma, que lo de firmar para ellos está sobrevalorado. Una de esas batallas que ya se podría calificar de clásica, a la que se suele recurrir cuando se acercan las elecciones, es la de recoger firmas para que la multinacional automovilística Tesla instale aquí su archifactoría europea, un proyecto para el que, aparte de unir todos los millones de metros cuadrados que crían hierbas en nuestros polígonos industriales (eso sí que sería un concentración parcelaria), tendríamos que conseguir también que los directivos de Tesla supieran primero dónde está España y luego la provincia de León. Lo peor es que a veces estas batallas del postureo se trasladan de las redes sociales a los salones de plenos, como pasó esta semana en San Andrés del Rabanedo, que aprobó una moción con la solicitud de acoger la fábrica de coches híbridos por la que pugna toda Europa... sin que Tesla haya confirmado si la va a construir en este continente o en Asia. Ser reivindicativo a golpe de voto o de click es lo que mejor queda, aunque cuando viene Rajoy a visitar la ciudad mejor nos quedamos en casa, si nos lo cruzamos nos hacemos un selfie, le ponemos tapas y llamamos frikis a los leonesistas, que fueron los únicos que, al menos, hicieron un poco de ruido al paso del presidente. Por todo ello, y sobre todo porque se me acaba el espacio, voy a ir concluyendo y a compartir cuanto antes esta columna en las redes sociales.
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