18/10/2020
 Actualizado a 18/10/2020
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La cultura ha sido una fiel acompañante del ser humano desde el principio de los tiempos, pero la distinción entre alta cultura, destinada a las clases más altas, y cultura popular, consumida por el resto de la población, surgió con posterioridad. A pesar de que los límites entre ambas son difusos y de que muchos tipos de cultura popular se han convertido en alta cultura, como es el caso del blues, cuyo origen se remonta a las ‘canciones de trabajo’ de los esclavos africanos en las plantaciones de algodón del sur de Estados Unidos, a día de hoy sigue estando presente esta separación.

Asimismo, para muchas personas es aún inconcebible que otras disfruten de actividades intelectuales, por denominarlo de algún modo, y, al mismo tiempo, consuman productos de la cultura de masas. En mi caso personal, en menos de dos semanas me he leído tres libros que recomiendo totalmente –‘A sangre fría’, ‘Trece Rosas Rojas’ y ‘El azar de la mujer rubia’– y, a la vez, reconozco que no me he perdido ni un solo minuto del ‘reality’ que es ya un fenómeno social: ‘La isla de las tentaciones’.

En mi opinión, una cosa no invalida la otra porque no son sustitutivas ni excluyentes, sino que se puede disfrutar de ambas sin que se modifque nuestro nivel cultural. Cierto es que estos programas, concebidos como ‘telebasura’, no sirven para hacer un gran tratado intelectual, pero triunfan entre la sociedad y son líderes de audiencia día tras día. Quizá ya sea hora de eliminar los prejuicios hacia ellos y hacia las millones de personas que los consumen.

Hace unas semanas, un profesor nos pidió que «nos quitáramos los prejuicios» para ver aquellas películas en las que no sucede prácticamente nada durante dos o tres horas. Aunque no lo quise decir en ese momento, me acordé de una profesora que nos preguntó el motivo por el que, siendo estudiantes de Comunicación Audiovisual, veíamos reality shows. ¿No son acaso los mismos prejuicios o es que solo hay que quitárselos para disfrutar de los clásicos? Si es así, esto solo sirve para legitimar la distinción entre alta cultura y cultura popular y, por consiguiente, mantener prejucios y privilegios.
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