Postales desde el parque (IV): El bosque tembloroso
Postales desde el parque (IV): El bosque tembloroso
RETABLO DE FOTóGRAFOS IR

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Postales desde el parque (IV): El bosque tembloroso
Retablo de fotógrafos
Esta es la propuesta semanal de Agustín Berrueta en la contraportada de La Nueva Crónica, que este verano se convierte en un retablo de fotógrafos, en una mirada actual al mundo a través del objetivo
- Un retablo de fotógrafos
- Postales desde el parque (I): El tablero de ajedrez
- Postales desde el parque (II): Postales desde otra/nuestra vida
- Postales desde el parque (III): Un regalo insuperable
- Postales desde el parque (V): Playón de Bayas, ¡meca, vaya playón!
- Postales desde el parque (VI): Al guitarrista desconocido
- Postales desde el parque (VII): A veces lloramos
- Postales desde el parque (VIII): Joie de vivre
- Postales desde el parque (IX): ¿Hombres o muñecos?
- Postales desde el parque (X): 800 años
Vivo a cien metros de la Plaza de San Marcos, para llegar a ella solamente tengo que cruzar el puente romano sobre el Bernesga. En el lado septentrional del puente, dividiendo el cauce del río en dos, emerge una pequeña isla poblada de bajos arbustos y elevados sauces blancos que aquí llamamos paleros. Suelen crecer en grupo formando un «palero», en singular.
Cruzo el puente casi a diario. Miro siempre hacia el palero al que, al principio, le tenía manía porque me oculta en gran parte la visión de la montaña. Lo veo por la mañana, a mediodía y al caer la tarde; en primavera, en verano, en otoño y en invierno, y no deja de sorprenderme las diferentes caras que me muestra, especialmente en invierno cuando solamente es eso, ramas y palos. Un día pensé que bien merecía una foto y, al encuadrar por el visor y con cada leve movimiento de cámara y golpe de zoom, fui descubriendo imágenes escondidas, colores sorprendentes, pequeños tesoros de esquiva belleza. Le dediqué una exposición - «Uróboros»- a esas primeras fotos, pero más tarde me di cuenta de que las imágenes estáticas no capturaban el alma cambiante del palero, por eso fui añadiendo movimientos, giros y temblores. Esas nuevas imágenes se asociaron en grupos que me inspiraron, casi inconscientemente, títulos como «El lamento del bosque», «Fuera hace frío» o «El bosque tembloroso».
La nueva serie reclamaba un audiovisual y MM me sugirió la mejor música de fondo, que compaginaba hasta en el título: «Paisajes del Placer y de la Culpa. I. Jardín de vidrio. II. Jardín de seda».
Cruzo el puente casi a diario. Miro siempre hacia el palero al que, al principio, le tenía manía porque me oculta en gran parte la visión de la montaña. Lo veo por la mañana, a mediodía y al caer la tarde; en primavera, en verano, en otoño y en invierno, y no deja de sorprenderme las diferentes caras que me muestra, especialmente en invierno cuando solamente es eso, ramas y palos. Un día pensé que bien merecía una foto y, al encuadrar por el visor y con cada leve movimiento de cámara y golpe de zoom, fui descubriendo imágenes escondidas, colores sorprendentes, pequeños tesoros de esquiva belleza. Le dediqué una exposición - «Uróboros»- a esas primeras fotos, pero más tarde me di cuenta de que las imágenes estáticas no capturaban el alma cambiante del palero, por eso fui añadiendo movimientos, giros y temblores. Esas nuevas imágenes se asociaron en grupos que me inspiraron, casi inconscientemente, títulos como «El lamento del bosque», «Fuera hace frío» o «El bosque tembloroso».
La nueva serie reclamaba un audiovisual y MM me sugirió la mejor música de fondo, que compaginaba hasta en el título: «Paisajes del Placer y de la Culpa. I. Jardín de vidrio. II. Jardín de seda».