10/09/2017
 Actualizado a 12/09/2019
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Los diputados que el pasado miércoles secuestraron el Parlamento Catalán y, vulnerando todo tipo de normas procedimentales y de fondo, estatales y autonómicas, además de los informes de los letrados y del secretario de la institución, decidieron subvertir el orden constitucional, representan a un 35% de la población censada en Cataluña, y apenas a un 5% del total del ciudadanos con derecho a voto de España, país que a día de hoy sigue siendo, pese a todo, un estado de Derecho.

En esta situación, siente uno la tentación de extenderse en las clamorosas irresponsabilidades y cobardías políticas que nos han llevado hasta aquí, pero no es el momento de hacerlo, sino de sacar lo bueno de lo malo, y lo cierto es que por lúgubres que sean los acontecimientos, he querido ver en ellos un par de aspectos positivos.

Por un lado, el espectáculo parlamentario de esta semana ha retratado definitivamente a los separatistas catalanes ante España y ante el mundo. La imagen de aquel catalanismo civilizado, culto y cosmopolita que tanto pretendió venderse internacionalmente, quedó sepultada cuando los golpistas convirtieron el Parlamento autonómico en la asamblea constituyente de Maduro, ofreciendo un show grotesco e inverosímil en la Europa actual. Antes ya era evidente que un contubernio entre los chorizos de 3% y de las sedes embargadas –que representan la peor degeneración del capitalismo– y los radicales de la CUP –lo más chusquero de la extrema izquierda– no podía ser depositario de ninguna legitimidad para pretender imponer a la mayoría nada menos que la derogación de la Constitución. Pero tras el espectáculo del miércoles han mostrado al mundo su verdadera cara, y es de las que no se despintan.

El segundo aspecto positivo es que hacía muchos años que no se daba en España una coincidencia de opinión tan mayoritaria entre políticos y opinadores de las más diversas procedencias. Escuchar estos días como en las tertulias de radio y televisión de los medios más diversos, personas de pensamiento político tan diferente se posicionan unánimemente en favor del estado de Derecho es una razón para la esperanza.

Esa España, la de la diversidad y la convivencia pacífica, en igualdad y bajo el imperio de ley, no sólo tiene la legitimidad y el respaldo que le da una mayoría abrumadora, sino también los de la ética, la Historia y el Derecho, que son mucho más fuertes que 72 escaños en un Parlamento regional.
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