Por San Adrián de Valdueza

El valle de San Adrián, en la Valdueza, se convierte en mágico e histórico al tener en su cabecera la mítica cumbre de La Guiana y los Doce Apóstoles

Francisco A. Ferrero
07/06/2020
 Actualizado a 07/06/2020
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La ruta se inicia una vez rebasamos la cabaña ganadera situada en el estribo sur del Cerro de Monredondo. Abandonamos la carretera asfaltada LE-158/4 en el kilómetro 13,9 y una pista forestal, situada a mano izquierda en pendiente descendente, nos marca el inicio de camino y lugar de vuelta al regreso. La pista, en su día apta para vehículos todo camino pero actualmente invadida en muchos tramos por la vegetación, va adentrándose paulatinamente en la margen izquierda del Valle de San Adrián. En la otra margen del valle se observa, permanentemente, la pista terrena que, en muy buen estado, se dirige al pueblo de San Adrián desde Villanueva. Se oye en todo momento el lento discurrir del arroyo por el fondo del valle. Una vez el camino alcanza su cota más baja y antes de iniciar el ascenso, podemos ver, justo enfrente y del otro lado del valle, una bifurcación del camino a San Adrián que tiene forma de ‘Y’ (señalada con un punto amarillo en el plano adjunto). Si en la referencia indicada nos salimos de camino y bajamos unos diez metros de descenso vertical por cualquier lugar que presente poca dificultad, nos toparemos con la traza de una acequia romana que discurre a una cota cerca a la 890 msnm con destino a la explotación aurífera de Las Médulas.

Se trata del canal bajo,que discurrían por la vertiente septentrional de los Montes Aquilianos. Merece la pena recorrerlo, ya que durante casi1 kilómetro tiene un impecable estado de conservación. Se utilizó, hasta hace no muchos años, como camino para el acceso al paraje de Bustillo, donde el terreno abancalado atestigua su uso para fines agrícolas en el pasado. Sería muy interesante que se recuperara este antiguo canal desde los afloramientos calizos del paraje de Santa Marina hasta la confluencia con la pista que transitamos. Una vez regresamos de nuevo al camino principal, éste continúa con un suave ascenso y va cortando las vallinas que descienden desde la línea cimera que une las cumbres del Pico Pedro con el Moscadero. Es en este itinerario donde podemos ver, desventradas, las intimidades geológicas del valle de San Adrián. Cruzaremos un afloramiento calizo, blanco y cristalino, de edad ordovícica, colonizado por bosquetes de encinos. Más adelante, y siempre en continuo ascenso, otras calizas más oscuras y de edad devónica que contienen fósiles marinos. Entre ambas, afloramientos de pizarras y esquistos silúricos completan 150 millones de años de historia geológica. Los estratos tienen una alineación paralela a la formación de la caliza de Los Doce Apóstoles y son, por tanto, perpendiculares a la dirección de las corrientes fluviales. El buzamiento o inclinación es prácticamente vertical, lo que demuestra las fuertes convulsiones que sufrieron estos terrenos hasta alcanzar esta posición.

Todavía hoy se observan los viejos tocones de aquellos robles centenarios que se sacrificaron y que permitieron, con su venta, redimir a San Adrián del pago del foroEntre las pizarras existen algunas capas ferruginosas que dieron lugar a explotaciones comerciales de hierro, como la mina de Cantagallos. Situada en el paraje de El Poulón, pertenece al conocido como coto de San Genadio que se extiende desde La Chana hasta Bouzas, donde se beneficiaban hidróxidos de hierro con destino a las antiguas Ferrerías de San Pedro de Montes y Llamas de Cabrera. Una vez el ancho camino intercepta la cabecera del arroyo de Campazas, con abundante presencia de agua y continuas cascadas, nos salimos de mismo para coger un sendero paralelo inicialmente a la corriente de agua y que, en continuo descenso y entre corpulentos robles, nos lleva al pueblo de San Adrián. El camino está sin desbrozar en algún pequeño tramo, pero no tiene pérdida si se sigue la traza principal. Parece ser que el bosque de robles que coloniza la cabecera del arroyo de Campazas, de propiedad comunal, fue cortado hace más de cincuenta años para redimir a los vecinos de San Adrián del pago de foro que se adeudaba a la familia Valdés, heredera de los impuestos que pagaba al cercano Monasterio de San Pedro de Montes, propietario de los terrenos antes de la desamortización promovida por el Estado. Todavía hoy se observan los viejos tocones de aquellos robles centenarios que se sacrificaron y que permitieron, con su venta, redimir a San Adrián del pago del foro.

El sendero nos dirige al pueblo, pero antes hay que cruzar los arroyos del Canto y de San Adrián, que descienden con fuerte pendiente desde la cara norte de la cumbre de La Guiana, lo que propicia la formación de abundantes cascadas y configura un paisaje sublime entre viejos y altísimos castaños. Merece la pena dedicar un pequeño apartado a la importancia del agua y su génesis en este valle de San Adrián.

El arroyo de San Adrián es alimentado por dos pequeñas cuencas que descienden de la mitad oeste de los Doce Apóstoles. El manantial principal brota abundantísimo de un canchal de rocas calizas desmontadas por la fragmentación que produce el agua al congelarse en las muchas grietas de estas dolomías. Este venero da la impresión de que proviene de una cavidad subterránea donde concurren todas las aguas de la amplia cuenca, favorecida por la distinta porosidad que presentan las rocas calizas frente a las impermeables pizarras y ocasionales cuarcitas que la circundan. La mayor parte del flujo del arroyo de Villanueva proviene de este caudaloso y gélido manantial, que mantiene una temperatura constante todo el año en torno a los 7 º C.

Es fácil oír el murmullo del agua al circular bajo los peñascales que lo custodian. El resto de arroyos y regueras principales que contribuyen a formar el arroyo de Villanueva: arroyo de Campazas y arroyo del Canto, no llegan entre ellos a igualar el importante caudal que arroja el manantial de San Adrián. El arroyo del Canto, que figura con esta denominación en los planos del Instituto Geográfico Nacional, se conoce en el pueblo con el nombre de la reguera de La Toba. Cualquiera de las denominaciones tiene su razón de ser, que se intentará justificar a continuación con más imaginación que rigor científico. El arroyo del Canto salva un importante desnivel desde su nacimiento hasta la confluencia con el arroyo de San Adrián, lo que se consigue con continuas cascadas que producen el «canto» característico del agua al precipitarse, quizás este sea la justificación de tan curioso nombre.

Los monjes, al objeto de fijar la población y dotar de mano de obra a sus terrenos, ofrecieron sus pastos, cotos y montes de la abadía a todos aquellos que se establecieran cerca de cenobioPor otra parte, el arroyo de La Toba justifica su nombre por el arrastre de rocas tobáceas que se pueden encontrar en su cauce, piedras calizas muy porosas y ligeras que se forman al disolver el agua los carbonatos, depositándose posteriormente en el suelo o sobre plantas y raíces y otros materiales que hallan a su paso. Una vez sorteamos las corrientes de agua, el camino nos dirige al pueblo. San Adrián de Valdueza, despoblado en 1974, aunque en la actualidad se está volviendo a recuperar con gran acierto. Para conocer el origen de San Adrián hay que remontarse a los orígenes del cercano Monasterio de Montes (año 898). Los monjes que lo custodiaban eran dueños, por concesión del rey de Galicia, de un vasto territorio que incluía al actual pueblo San Adrián. Los monjes, al objeto de fijar la población y dotar de mano de obra a sus terrenos, tan difíciles para el labrantío, ofrecieron sus pastos, cotos y montes de la abadía a todos aquellos que se establecieran cerca de cenobio, concediéndoles más tarde permisos para construir casas y labrar la tierra.

Los ganaderos y labradores, a cambio, debían entregar al Monasterio una quinta parte (el 20%) de los beneficios que obtuvieran del trabajo de sus tierras. Así nació el pueblo de San Adrián, pero también los del cercano Ferradillo y el pueblo de Montes, que circuye al Monasterio. La trilogía se conoce como los pueblos de La Quintería, denominación que hace referencia al porcentaje del impuesto.

Una vez nos alejamos del pueblo por la margen derecha del valle, merece la pena separarse momentáneamente del mismo y visitar el paraje de Santa Marina (señalado en el plano guía). Se sitúa en el fondo del valle, en la zona de confluencia del arroyo de San Adrián con el de Campazas y dominado por un crestón de caliza blanca, de edad ordovícica, que ya cruzamos durante el inicio del recorrido a mayor altura. Es probable que el poblamiento más antiguo de éste lugar estuviera relacionado con la vigilancia de los canales romanos que se dirigían a la explotación de Las Médulas, al pasar, el canal más bajo, por encima de las ruinas de una antigua ermita.

Ya en dirección a Villanueva de Valdueza y una vez el camino alcanza el curso del río, en la confluencia del arroyo de Villanueva con el de Valdejordos, se recomienda visitar una pequeña presa que abastece de agua al pueblo de Villanueva. Su magnífica construcción, en un estrechamiento natural del río, convierten al lugar en una magnífica obra de ingeniería rural. A unos 1,2 km de este punto, se localizan las primeras casas aisladas que se asientan en el valle antes de llegar a Villanueva. Una pista zigzagueante asciende por la primera de ellas y va cortando las vallinas de Matanogales hasta interceptar la pista de tierra que recorrimos al inicio de la ruta. Se trata de un camino en continuo ascenso, de unos 3 km de longitud, que completa el recorrido previsto.
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