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Por la gorra de Teófilo

12/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Una familia no solo está formada por sus miembros. También por sus historias. Sobreviven al tiempo las de quienes ni siquiera llegamos a conocer, un acervo de relatos que han ido adquiriendo aires de leyenda y de proeza, dando cierto toque heroico a quienes los protagonizan. Por eso a mi bisabuelo Téofilo me lo imagino con capa, antifaz y más picardía que el mismísimo Vaquilla, que también fue un héroe según para quien. Pero lo de mi bisabuelo no era delincuencia, o al menos solo lo era para su mujer María. Esta, cuando no había armarios ni falta que le hacían, ataba con una cuerda pequeños pucheros a las vigas de la cocina. Tocaba con una cuchara larga de madera para adivinar lo llena que estaba la escudilla donde guardaba la miel. Siempre llena. En aquella casa los bollos entraban por talegas cuando había fiestas a la vista pero mi bisabuela tenía que guardarlos de la glotonería de Teófilo, con que los metía debajo de la cama, pensando que estarían a buen recaudo. Él en realidad no llevaba ni capa ni antifaz, sino gorra y dio con ellos cuando esta se le calló a la orilla del catre. No daba crédito a lo que veía y como si del mayor botín del mundo se tratara, dio cuenta uno a uno de aquellos dulces que aguardaban los días grandes. Cuando estos llegaron, María se agachó a por la talega, y solo quedaba el sitio. Volvió a la cocina, dio con la cuchara en el puchero de la miel y seguía lleno. Lo bajó y rebosaba, pero de agua. No me pregunten cómo acabó la historia, solo sé que esto se cuenta en casa cuando se avecinan las fiestas y en la mía se contó ayer.
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