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¿Política? Sí, gracias (yII)

07/12/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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Quienes tengan una mayor inquietud política, quienes sientan la necesidad de intervenir en la vida pública y social, de modo natural tratarán de canalizar este impulso a través de una acción política directa. Quienes hoy viven en condiciones de precariedad, de indefensión social, de injusticia, de desigualdad, de inseguridad, de amenaza a su situación social y económica, de miedo al futuro... Se sentirán tentados a:

entregarse al pesimismo o la incertidumbre,
evadirse o refugiarse en su mundo familiar e individual,
apoyar soluciones políticas extremistas,
creer en los cuentos y las cuentas independentistas,
seguir a aprendices de caudillos, populistas y antidemócratas…

Pero también podrán reconocer su condición de ciudadanos libres y responsables, comprometiéndose con la acción política de algún partido.

Son distintas formas de hacer política.

La democracia necesita que los ciudadanos asuman su compromiso político de forma consciente y consecuente. No sirve de nada la queja, la descalificación totalizadora, la inhibición o el radicalismo verbal, desahogos momentáneos que nos dejan con la misma frustración y ansiedad. Para cambiar la sociedad es imprescindible organizarse, unir esfuerzos, compartir análisis y definir objetivos. De esta necesidad nacen los partidos políticos.

Los partidos hoy, sin embargo, padecen el mismo mal que quieren combatir: no son organizaciones para mejorar la vida de los ciudadanos, para transformar la sociedad y acabar con los graves problemas que padece, sino que se han convertido en aparatos lastrados por luchas internas, la defensa de sus intereses y el servicio a los grupos de poder dominantes. ¿Es posible recuperar la dignidad de la política, construir otro tipo de partidos?

Para ello es necesario empezar desterrando esa idea de que la política es una profesión o una actividad de expertos, especialistas o individuos excepcionales, y no un compromiso personal basado en principios éticos o morales como la honestidad, el amor a la verdad, la igualdad y la justicia. Ya dijo Plutarco que «no se debe elegir la política por un impulso repentino, por no tener otras ocupaciones o por afán de lucro, sino por convicción y como resultado de una reflexión, sin buscar la propia reputación, sino el bien de los demás».

La política, por más ejemplos que tengamos de lo contrario, no puede ser algo separado de la vida real, sino una prolongación natural de todo aquello que uno hace, piensa y siente. Un partido no puede ser una secta, ni un lobby, ni una cofradía, ni una oficina de colocación. La política no puede ser un modus vivendi, ni un medio para sentirse importante, ni un espacio donde resolver problemas personales o de identidad.

Pero la política tampoco es, como se suele afirmar con cierta impostura, un sacrificio, un servicio o una entrega incondicional a los demás. Debe ser, eso sí, una actividad humana movida por nobles sentimientos. La mayor satisfacción de la acción política es contribuir a cambiar las ideas y la vida de los otros, ayudar a transformar la sociedad y mejorarla, despertar la confianza en la unión y el esfuerzo colectivo, aminorar el sufrimiento y el malestar de los más desfavorecidos, promover el mayor bienestar para la mayoría. Quienes no albergan en su interior estos sentimientos, quienes no encuentran en ellos suficiente compensación a su esfuerzo y empeño, nunca entenderán que la política puede ser también una actividad digna y estimulante. Tan digna como necesaria, tan apasionante como arriesgada. Tan importante como para no dejarla en manos de los que se hacen profesionales de la política para su propio beneficio.

(Nota final: dignificar la política es rechazar la política sectaria y partidista, la que divide el mundo en buenos y malos, en ‘nosotros’ contra ‘ellos’; es denunciar la política basura del engaño y la manipulación de la mente y los sentimientos; es cerrarles la puerta a los políticos corruptos, mediocres, sociópatas y delirantes. Etc)
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