18/02/2017
 Actualizado a 08/09/2019
Guardar
Calma, no es sobre la del grano otra vez… Pero sí sobre un par de problemas de conservación más graves, que con motivo de esa polémica se han podido contrastar, una vez más, en redes, foros y demás mentideros y plazas públicas virtuales o reales. Uno: la degradación acelerada y alarmante de las buenas maneras. Tal y como empezaron las obras en la plaza, muchas intervenciones comienzan con un maquinal desdén hacia el discordante. Se añaden luego faltas de respeto a quien dice lo que opina, con la excusa de que su opinión no está argumentada o documentada (aún sin saberlo fehacientemente). Poco importa que ofender deje sin efecto las razones de quien ofende. Agravios, desprecios o mero escarnio son gratuitos. Al fin (tal vez este sea el objetivo) se enmaraña tanto el asunto que lo que menos importa es solucionarlo, sino sobre todo vocear más.

Dos: un uso confuso e incoherente de ciertos argumentos. Ejemplos al azar: a la vez que se pide atender a los expertos se enaltece la opinión del vecindario indiscriminadamente. Se reconoce que hay un grave problema de conservación del empedrado, pero que no se va a tocar de momento. Que el pavimento subyacente era igual que el actual y por eso se hará diferente. O que la maquinaria ligera va a hacer más daño, y por eso se va a usar…

Hay que recordar quién posee o subvenciona los medios para interpretar titulares cuyo destinatario no es el lector. También que los partidos políticos interfieren en cada cuestión popular. Pero, dejando aparte tales lucros, ¿qué beneficio tiene una pendencia desagradable o confusa? Ninguno, salvo desautorizar la razón de ser del debate. Y al fin, el empedrado de la plaza, como cualquier objeto de discusión, no tiene la menor importancia ante la maquinaria pesada que enclavamos en el pedregal de la discusión, donde cada morrillo suelto ya no se recoloca, porque lo arrojamos contra el vecino, que también agarra otro y se mete en la refriega. De esta manera no se arregla ni la plaza ni nada.
Lo más leído