05/06/2020
 Actualizado a 05/06/2020
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Por esta vez estoy con el Gobierno y en particular con la ministra Rivera en su decisión de prohibir los platos y vasos de plástico. Si el pretexto es que se trata de un producto contaminante que vamos dejando tirado por cualquier sitio y termina en el mar, pues bien me parece. Creo que sin vasos y sin platos de plástico bien se pasa, pues de picnic vamos poco, y usarlos en el domicilio no tiene otra razón distinta a la comodidad de tirar todo a la basura en vez de limpiar el plato y fregarlo o meterlo al lavavajillas. Agradezco que en la paellada popular de mi pueblo los hayan cambiado por platos de barro –‘Pinilla 2019’ fue el último y es posible que este año no haya evento– y como mucho me resigno a usarlos en las pulpadas en mitad del campo a las que invitan las casas comerciales de semillas, o las que me pego cuando voy a las ferias de ganado de Silleda. No me veo comiendo una sopa de cocido en un plato de plástico, ni un pollo de corral, ni un buen entrecot, ni una paletilla de lechazo, ni unas patatas con congrio, ni unas alubias aliñadas con lo de la matanza de casa, ni unas sopas con trucha de las que hacen en la ribera del Órbigo, ni un buen botillo con cachelos, ni un bacalao al estilo Valderas, ni unas lentejas estofadas… pero tampoco bebiendo un Albarín en vaso de plástico, ni un Prieto Picudo rosado bien frío, ni un Godello, ni un Mencía envejecido. Está claro que tengo declarada la guerra al plástico como recipiente para poner los alimentos encima de la mesa, no me parece elegante, me da dentera, y atenta contra el maridaje que debe de existir entre un buen alimento de los que se comen por deleite y la presentación que le acompañe. Querría que esta prohibición, que detesto por ser impuesta por la clase gobernante, sirviera para volver al buen gusto, para sacar del armario la vajilla de la abuela que compró con tanto sacrificio, pero a buen seguro no tendré suerte y servirá para cambiar el plástico por papel u otro material similar, con lo cual, al traste con el trabajo del cocinero. ¡Y qué me dices de las servilletas de papel!
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