09/03/2017
 Actualizado a 14/09/2019
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Pensé que había huelga indefinida de idiotas y que, por lo tanto, llevaban tiempo sin ir a trabajar. Como tantas otras veces, me equivoqué: acuden todos los días al trabajo. Y tengo un millón y medio de sucedidos que lo confirman. Como estas líneas son escasas (aunque las saco mucho provecho), expondré algún ejemplo esclarecedor.

1º.- Los del autobús del pene y la vagina, (parece que vieron, como yo hace mil años, la película de Schwarzenegger ‘Poli de guardería’, donde un enano repelente, cada vez que le preguntaban algo contestaba invariablemente, «los niños tienen pene, las niñas tienen vagina»). Gracias a Dios esta sociedad nuestra ha espabilado mucho en los últimos años y ha superado estas pequeñas infamias fruto de la cerrazón y de las más cutres ideas religiosas. Para lo único que ha servido esta estupidez del autobús es para que en las redes sociales crezcan, como las setas en otoño, miles y miles de ‘nemes’ a cual más simpático. Queridos carcas idiotas, un consejo gratis: no se pueden confundir el culo con las cuatro témporas.

2º.- Salimos en los periódicos, en las radios y en las televisiones nacionales por idioteces. La última, el turbio asunto de unos 120 listos que se fueron, en manada, sin pagar un convite, en un restaurante de Bembibre. Una pena. Los chigreros de este local, como, por lo visto, de otro de Ponferrada donde se cometió una villanía semejante, se conoce que no fueron al curso de ‘buenas artes para la hostelería’ que daban en mi pueblo los propietarios de los dos bares que, desgraciadamente, han cerrado porque les llegó a los dueños el subsidio de jubilación, verdadero cáncer de esta provincia, (no jubilarse, que es ley de vida, sino que no hay recambio joven para sustituirlos). En los dos bares de mi pueblo no marchaba sin pagar ni Dios y, si lo conseguías, (¡proeza, proeza!), en el momento, al día siguiente, cuando ibas a tomar café bien de mañana, ya te estaban esperando para decirte, con la mejor de las sonrisas, que les debías la consumición de ayer. Esta podía ir desde un café o un vino hasta una ronda de quince botellines que, maricón el último, tuviste la mala suerte de ser ese y te vieron, (el cartón pal tontón). Por lo cual, nobleza obliga, achantabas la muí y pagabas como un bendito. No hay mejor cosa que todos nos conozcamos. Sé que esto es más difícil en una ciudad o en un pueblo grande, pero el concepto es el mismo.

3º.- Algunos dueños de perros son idiotas hasta la enésima potencia. Sé que voy a generalizar, lo cual es malo e injusto, pero no puedo menos. El viernes de la semana pasada, iba uno tan campante desde Santa Ana al centro. No llovía, pero pinteaba , por lo que llevaba el paraguas cerrado. Al llegar a la esquina de Alcalde Miguel Castaño, justo donde hay un semáforo, enfrente de Mercadona, la acera se estrecha y casi es obligatorio tropezarte con alguien. Delante de mi, estaba un señor con un perro precioso. Juro que no le toqué, al perro digo, pero si lo hice fue sin querer y poco. El paisano, desde el medio de la calle, se vuelve y me dice «podías meterte el paraguas por el culo». Cuando reaccioné, diez segundos o así después de la bravata, le llamé de todo menos guapo y le pedí que volviese a la acera para que yo pudiera meterle a él el paraguas por el orto. A parte, me cagué en sus muertos y le llamé, lógicamente, idiota. Quién me conoce sabe de sobra que a uno no le gustan las broncas, que procuro rehuirlas y que me quedo afectado cuando suceden. No entendí la historia del come pollas de perro que daba tanta importancia a un hecho por demás nimio. Seguí mi camino y doscientos metros después, en otro cruce, un chaval empujó a un señor mayor con las prisas de cruzar. El señor no dijo nada. El chaval se volvió y le pidió perdón con una sonrisa. ¿Entendéis esto? Uno no.

Vivimos en una sociedad enferma donde se confunden los valores. Nos mostramos indiferentes ante la muerte de los hombres, banalizamos la muerte de otros hombres, mostrándonos indiferentes a las tragedias que suceden un día sí y otro también en lugares tan lejanos, y a la vez tan cercanos, como Somalia, Siria, Irak, o cualquier barrio marginal de León, Madrid o Barcelona y, sin embargo, nos ponemos como energúmenos por un «quítame allá esas pajas» sobre la muerte o el maltrato de un perro, un toro, un gallo o un dinosaurio lanudo. Subimos a las redes sociales estúpidos mensajes sobre la muerte de un torero sin sonrojarnos y admitimos, como premisa, que es más importante la defensa de un animal ante el ‘toque’ accidental de un puto paraguas.

Salud y anarquía.
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