16/08/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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 En estos días en que intentamos relajarnos alternando playa, monte, libro y siesta, muchos tenemos una cita inexcusable con el pueblo, las raíces y los amigos de la infancia. Lugares pequeños con historias grandes, como Las Muñecas, un idílico rincón del valle del Tuéjar, al que hace días acudimos 80 vecinos, aunque lleve más de tres décadas con tan sólo dos habitantes, Isaac y Bernardina, perennes guardianes de nuestro pasado, que reciben a hijos y nietos del pueblo como suyos propios. Encuentro especial este año, por ser el regreso de un sueño. Y es que, como sólo puede ocurrir en un lugar con aspecto y nombre de cuento, Las Muñecas tiene su propia versión de la Bella Durmiente.

Fue hace diez meses, en una visita al pueblo, cuando un helicóptero sacó a Juli en volandas, sumida en un coma, sobrevolando los montes hasta dejarla en León porque su vida era demasiado fina para estirarla hasta Bilbao, donde reside. Y para nuestro orgullo, fue en el hospital Princesa Sofía, donde la bella durmiente de Las Muñecas cumplió 52 años en las profundidades de un sueño, mientras un equipo médico, aun sabiendo sus escasas posibilidades de éxito, recogió su vida prendida con alfileres, la hilvanó con mano de seda, hizo encaje de bolillos con su cuerpo y arriesgó, venciendo presiones, infecciones y todo tipo de contratiempos hasta sacarla del letargo, gracias a su tesón y buen trabajo. Porque lo del beso en los labios sólo funciona en los cuentos escritos. Sólo entonces pudo ser trasladada a su ciudad donde, arropada por los suyos, supera los estragos de un ictus. Apetece convertir en una noticia amable de verano que esta semana Juli y su familia, en un acto grande que los define, han vuelto a León para visitar al médico que luchó por su vida y mirándolo a los ojos, decirle GRACIAS. Un pequeño gesto, una mirada, una simple palabra que bastó para que toda su vida profesional tomara sentido y que él recibió con emoción contenida, admitiendo que no suelen ocurrirle estas cosas.

Así son los héroes anónimos que nos rodean sin ser noticia, pequeñas historias que nos reconcilian con la vida, con finales tan gratificantes que mitigan el dolor que esconden dentro: el valor de un hombre con casi un siglo en la mirada, custodiando un pueblo. El esfuerzo de un médico negándose a soltar una vida y el coraje de una mujer que renace aferrada a su mano y un día regresa a León para hacer algo tan enormemente pequeño como decirle GRACIAS.

A veces, los sueños sólo se cumplen cuando despiertas.
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