14/10/2021
 Actualizado a 14/10/2021
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No, no me gusta la sociedad en la que me ha tocado vivir. Ya sé que a muchos de vosotros os tirará de los cojones mi opinión y que, al acabar de leer este artículo, pensaréis que estoy gaga, que soy un nostálgico y que es lo que me merezco. Me la suda; hasta hoy (y espero que de aquí en adelante), puedo escribir lo que me da la gana y, ¡claro!, vosotros sois libres de leer esta columna o no. Pero uno tiene una opinión formada y la expone sin más. Acaba de morir un amigo solo en casa. Al llegarle el momento de morir, seguramente el más aterrador en la existencia de un hombre, se encontró con que no tenía a nadie a su lado. Para él, debió ser un momento espeluznante. Su cuerpo se encontró dos días después de fallecer y los que lo hicieron no lo olvidarán. Pepe estaba jubilado y era un desastre con patas. Pero, también, y sobre todo, era una buena persona, sobre todo cuando no estaba de ‘vacaciones’. Pepe se recluyó en sí mismo porque, seguramente también, no le quedó otro remedio. Muchos, al jubilarse, no encuentran sentido a la vida. No saben qué hacer y se comportan como los personajes de Dostoievski porque son unos derrotados y encuentran consuelo en la bebida o en las drogas. A muchos otros, sobre todo a los que viven solos, la casa se les cae encima y procuran abandonarla bien temprano para volver sólo a dormir. La soledad te come el alma, y el cuerpo, la mayoría de las veces, se deteriora cada día un poco más para acabar siendo un mal recuerdo de lo que fue. Pepe estaba solo, quería estar solo y su cuerpo no lo soportó. Acabó estallando y san se acabó.

¿Cuántas personas viven solas en la provincia de León? ¿Cuántas de ellas siguen con la cabeza bien amueblada y cuántas han entrado en una depresión formidable que, tarde o temprano, acabará con ellas? Uno, lo que más teme, es poder llegar a sufrir esa depresión; la puta cabeza es algo insondable, de forma que ni los médicos saben, a ciencia cierta, mucho de ella. Pero si la cabeza dice ¡basta!, reza lo que sepas y prepárate para pasar los años que te queden de vida jodido, muy, muy jodido. A uno le pueden reparar una pierna rota, una sordera galopante, hasta un cáncer. Pero a ver quién es el guapo que te deja nueva la bimba…

No, no me gusta la sociedad en la que vivo; porque en vez de preocuparse de la gente abandonada por ella misma sin ningún trauma, de los que no podrán pagar la luz si esto sigue así, de los ‘viejos’ de sesenta años que han tenido la desgracia de perder su trabajo y no tienen ninguna expectativa de encontrarlo, en vez de ocuparse de los problemas que de verdad importan, se dedica a discutir sobre temas tan irrelevantes como la independencia de Cataluña, de si España debería ser una monarquía o una república, sobre si debemos emplear o no el lenguaje inclusivo; memeces que no nos harán mejorar para nada la vida. A mí, por ejemplo, me da igual si los catalanes logran crear una nación; si el Jefe del Estado es Felipe VI o Pedro Sánchez y si el Ministerio de Igualdad logra que hablemos como deficientes. Mi vida no cambiará nada si se logran esas metas o si todo queda como está, y quien piense lo contrario que sepa que está engañado, que lo han engañado con señuelos que hacen que olvidemos lo importante.

Una sociedad que se sustenta en la lucha por ser rico, que tiene a la televisión como aliada para lograrlo, desde la que se fomenta el engaño y la traición, en la que nos enseñan a ser individualistas atomizados, en la que se desprecia al que pierde, al que fracasa, como si fuera un leproso, como si el fracaso estuviera estigmatizado como una lacra, se tiene, por fuerza, que olvidar de los que se cansaron de intentar ser algo que nunca podrían ser, aunque lo intentasen con todas sus fuerzas. A partir de ahí, llega todo lo demás en forma de soledad, de desarraigo, de hartazgo, de bajar los brazos, de rendición.

Es cierto que, en el último momento, estamos solos, que no sabemos lo que vamos a encontrar, si es que hay algo que encontrar. Pero, también lo es, que en ese último instante de incertidumbre, nos hacemos más fuertes si a nuestro lado están las personas que queremos; y, si no es así, como en los días más duros de la pandemia, por lo menos encontrar alivio y consuelo viendo a la enfermera o al médico que ha luchado para sanarnos y que no lo ha conseguido. Pepe, en cambio, tuvo que mirar a la cara, sin ayuda, a la muerte. No puedo ni imaginarme su sufrimiento.

Esta sociedad está enferma y nosotros, los hombres que la constituimos, estamos muy enfermos también. Los viejos, los que no tenemos fuerzas, los derrotados por la vida y sus circunstancias, la mayoría de la población, sabemos que, como Pepe, estamos solos y abandonados. Estamos a merced de la parca y, por lo menos a mí, no me hace ni puta gracia.

Salud y anarquía.
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