23/01/2022
 Actualizado a 23/01/2022
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A un compañero del cole le llamábamos Pavarotti. No me acuerdo por qué motivo, pero de ningún modo era porque tuviese la costumbre, como hacía el gran tenor, de coger a la gente por la cabeza como si fuese el pomo de una palanca de cambios. Y no he querido preguntar a los memoriones, por derecho al olvido y porque le voy a coger prestado el nombre a Pavarotti. Verán.

Ante tanta polémica sobre las asquerosas macrogranjas, que hasta Jane Goodall ha tenido que decir, conciliadora, que no es cuestión de erradicarlas sino de mejorar las condiciones de sus habitantes un poco, no es que me apetezca mirar para otro lado (que eso ya lo hacen los ganaderos extensivos que piden no se les meta en la polémica, como si perteneciesen al gremio de los jugadores de mus) pero quiero darle un volantazo a la conversación. Deseo que nos asomemos a otra manera de relacionarse con los animales de granja, la que practican los colaboradores del Santuario Gaia en el pueblo gerundense de Camprodón. Allí, acogen y cuidan al ganado desahuciado de las innumerables instalaciones explotadoras de los alrededores y les dan a los cerdos, vacas, caballos, ovejas y demás ralea una nueva vida saludable, más en plan sanatorio que santuario. Los vídeos del fundador besuqueando cabras no tienen desperdicio, pero a poco que se deje reposar la idea que emana de aquello, por cínico que uno sea, lo entiende perfectamente y entran ganas de visitarlo. Lo cual no será posible, al menos en plan espectáculo. Como son una organización de cuerpo y alma veganos, incluso modelos amistosos como el de Los Reales en Carrizo o, allá donde las tendencias, las granjas urbanas del este de Londres serían por ellos consideradas explotación animal.

Lo más que podemos hacer los admiradores de la iniciativa Gaia es participar como voluntarios con gran sacrificio, o intentar replicar su espíritu en León. Y en esas estoy. Porque, como a mi padre se le murió hace unos meses el perrín que tenía y no lo ha repuesto, estoy pensando en empujarle a que busque de mascota consentida un animal al que le hayan dado la baja permanente por motivos veterinarios. Pienso que lo mejor para mi padre sería que se tratase de un cerdo pequeñín, con poco jamón y menos paleta (si es vaca rápidamente lo pone con los amigos a cebar para luego sacarle las cecinotas ricas). Y al gorrino darle fuste y dignidad. Y para eso lo mejor es hacer como hacen los de Gaia, ponerle un nombre de paisano. Nuestro cerdito se iba a llamar Pavarotti. Y menudas arias nos iba a gruñir.
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