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Paseo por el río Curueño

01/11/2019
 Actualizado a 01/11/2019
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La alegría de vivir rechaza todo silencio aplanador. En ningún caso un silencio como éste poco atildado o pulcro va mostrando unas crecientes manchas grises. Enseguida se escucha una discusión entre airados relámpagos. Temo la tormenta ante todo si me pilla sola. Tal me sucedía en el pasado e igual ahora. Creo que voy a enfrentarme a una lluvia violenta. Ojalá crezcan en mis venas mineras calmos arco iris sin demora.

Felizmente me he equivocado. No hay tormenta ni tiene pinta. Es el día del Pilar y la Virgen no ha permitido que el cielo se anublarrase. Todo lo contrario. Ha depositado luz, brillo, alta claridad adaptada al monte con sus rojos acebos, más los huertos, las aves dóciles, los rebecos, poderosos animales salvajes y los rostros surcados de arrugas pacíficas.

Sin darme cuenta tiro hasta Cerulleda. En busca del molino-casa de Jesús Fernández Santos, el escritor, articulista y director de cine o documentalista que puso sus ojos en ella, Cerulleda, para crear su novela ‘Los bravos’ y el libro de cuentos ‘Cabeza rapada’. Siento que éste con su voz encendida me llama, me reclama hace tiempo en su pueblo, en su casa, pues las casas de los escritores dicen mucho de ellos, aunque sólo sean vistas por fuera. Por eso tengo vivas ganas de conocer la de otro enamorado del Curueño a tope, la de Julio Llamazares en La Matica. Pero vuelvo a Fernández Santos, pues he dicho su pueblo cuando él nació en Madrid, pero siguiendo la ‘doctrina’ del hijo de Laurentino, su padre, nacido en la propia Cerulleda, sostiene que uno no es de donde nace sino de donde vive y él oxigenó su salud largas temporadas en este molino-casa cerulledense cuya piedra listada de madera, ventanas enrejadas y acristalada galería mantienen viva el agua que pasa con su agradable murmullo a cuestas y también la sensación de estar abandonada. El mismo fue muy premiado, reconocido en vida. Sin embargo hace años padece un injusto olvido como nos ha recordado Llamazares desde la atalaya de este periódico, con motivo del 25 aniversario de su muerte, al tiempo que increpaba a las autoridades provinciales por no asistir ninguna a la colocación de una placa en dicha casa donde el ayuntamiento de Valdelugueros lo nombraba Hijo Predilecto. En efecto, no se comprende como un autor tan prolífico, premioso, triunfante como este madrileño de Cerulleda, por voluntad propia y la del pueblo, duerme el sueño de los justos. Por ello convendría dar mayor difusión a la tesis doctoral del berciano de Priaranza, Saúl Garnelo Merayo, titulada ‘Teoría de la novela histórica. Historia y novela en Jesús Fernández Santos’.

En Valdelugueros mis ojos no son indiferentes a un pequeño perro muy juguetón con unos niños con aire capitalino. Entonces una señora a la que una vecina llamó Ángela, fijándose en mi embelesamiento me contó la historia de ‘Titi León’, como le llamaban los pequeños, cuando había cuartel de la Guardia Civil en Valdelugueros. Era el mastín leonés de la señora Ignacia, gigantesco, garboso y bonachón. En él se montaban a caballito los niños como si fuese su pony. Éste era acorralado por los demás perros del pueblo, celosos de su estampa y del cariño de los niños por él. La verdad es que dicha historia me fue narrada con todo lujo de detalles. Me encontré a gusto escuchándola.

Desconozco si era o no la fuerza intensa del espíritu de Fernández Santos quien convertía a varias personas con las que me cruzaba en mi camino en estupendos relatores. Lo cierto es que en Valverde del Curueño un señor entrado en los setenta más o menos me contó las ‘profecías’ del inteligente Juanón. Como los mandamientos las resumo en dos. Una era aquella que preconizaba la llegada de un tiempo en el cual los hombres, huyendo de las mujeres, se subirían a las copas de los árboles, en tanto la otra decía: «Habrá un tiempo en que los hombres llegarán a la luna». En la primera muy desacertado anduvo Juanón. Menos mal que atinó en la segunda.

Estando ya en Tolibia de Arriba poco a poco se fue extendiendo el manto nocturno. Cubierta por él participé en una mesa gastronómica comunitaria sufragada a escote. Se trataba de poner fin amistosamente al verano, pues durante el invierno en el pueblo no queda casi nadie. Terminada la cena, endulzada con chocolate acompañados de bizcochos, cada mochuelo a su olivo o lo que es lo mismo, a su casa.

A propósito de Tolibia de Arriba y como colofón por hoy recojo dos historias llegadas a mis oídos. Una con largo alcance. Pues hasta la prensa prestó atención a la misma. El pueblo y alrededores se vio revolucionado por ella. Según la misma unos niños manifestaban haber visto platillos volantes u ovnis a orilllas del río. La maestra para comprobar que no era una invención infantil puramente fantástica colocó a varios por separado en clase y todos pintaron una trucha metálica en el cielo, por el contrario la gente mayor veía una bola que se movía en el río Curueño.

Alguien a mi vera pronuncia el nombre del actor neoyorkino Viggo Mortensen con cierta devoción. La plaza de Valdeteja constituye su santuario. Por supuesto, Julio Llamazares se desliza montaraz en este recordatorio en el que yo en total sigilo me entrometo con mis versos: Yo también tuve un río bienamado que traía canciones de agua para mí, / granos de trigo en sus orillas para los pardales, / nieve y llantén para mis muertos predilectos. / Yo me prosternaba ante él con racimos de arándanos y genciana. / Mi río bienamado no era el Río del Olvido, / comento al arado de plata de la luna.
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