09/11/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Hará unos cuatro años y medio que miro al sur de León con los ojos de quien después tiene que pasar al papel lo que ve. Este tiempo ha sido suficiente para reafirmarme en aquello que decía el maestro del periodismo Manuel Chaves Nogales de que «andar y contar es mi oficio». Ha servido cada página escrita hasta ahora para relatar, con más o menos acierto, lo que sucede en los pueblos donde aún resiste el adobe. He podido contar cómo viven mis vecinos, cuáles son nuestras romerías, fiestas y tradiciones, dónde está el bache que llevamos pisando durante años y qué plazas han cambiado su aspecto. También he tenido que asistir a plenos que más bien han parecido sainetes, a otros en los que ha dado gusto escuchar al personal defendiendo a sus vecinos con toda la corporación a una -esto existe- y a manifestaciones que buscan evitar que los consultorios médicos en el medio rural sean cosa del pasado.

Con quien me he ido encontrando por el camino estos años me ha demostrado que detrás de la puerta de cada casa hay una historia digna de ser contada por sencilla que al protagonista le parezca y por eso, toda una vida de andar y contar se quedaría pequeña de tanto como tienen para enseñar. El barro de las calles de Valdefuentes, la bodega de Corrín la de Valderas, Mari Trini la de Matadeón, Antonia Cid la de Villademor, David el de Belancina, Ángel el de Villafer, Violeta la de San Pelayo, Justina la de Matanza de los Oteros, Cecilia la de Villaquejida. Rubén, el cura de los Oteros; Fidela, María y Terencia, de Gordoncillo; Genaro, el curtidor de Santa María; Vicente y la maquinaria de su suegro Rutilio, los pasajeros que me acompañaron en el viaje en tren de Feve que une León con Bilbao; esas escuelas en las que en vez de alumnos y encerados hay ahora refugios para parroquianos y tienen barras de bar...

Pero no se engañen, el oficio de periodista en el medio rural no es una autopista recién inaugurada y les aseguro que entraña malos gestos de quienes gobiernan, llamadas a deshora para evitar que se publique la china que llevan en el zapato, reproches por dar voz a los vecinos con esto o con aquello, los que se dan por aludidos entre líneas... De todos esos no presumo, pero entre unos y otros me han demostrado que se necesita quien ande y quien cuente. Y por si fuera poco ahora va el jefe y me deja escribir una opinión. Cada quince días, no se preocupen. Tampoco tiemblen, prometo solemnemente no alabar en exceso a los buenos ni fustigar a los malos. Solo seguiré mirando al sur con los ojos de quien después de ver, lo cuenta.
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