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Parlamento de amor y entendimiento

27/11/2022
 Actualizado a 27/11/2022
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Sigo el revelador libro ‘Vox S.A. El negocio del patriotismo español’, del periodista Miguel González, sobre un partido político cuyo manifiesto fundacional se distinguía como liberal-conservador, nacionalista español, jacobino y regeneracionista; un «proyecto para la renovación y el fortalecimiento de la democracia» frente a «los escándalos de la corrupción». Mas, viró el rumbo hacia la extrema derecha, justificándose como de «extrema necesidad». Santiago Abascal Conde, su caudillo, irrumpió en la política española como un «toro bravo», según sus propias palabras, calificando de «toro manso» a Ciudadanos, «derechita cobarde» al PP, de «banda criminal» al PSOE (según el diputado voxero Juan García-Gallardo), y de «liberadora de violadores» a la ministra de Igualdad Irene Montero, (por boca de la voxera Carla Toscano, con las palmas de su clan parlamentario).

Si bien es verdad que Vox reúne características fascistas, como el culto al líder, el ultranacionalismo o la nostalgia de una, grande y libre férreamente jerarquizada, no aboga por un «orden nuevo» ni sustituir la religión por un credo laico, como el fascismo clásico. Al contrario, pretende restaurar el «viejo orden» y la religión tradicional. Es decir, imponer al conjunto de la sociedad su propio código moral, que proscribe el aborto, la eutanasia o el matrimonio homosexual, aunque no el divorcio (el propio Abascal se divorció en 2010 de su primera esposa, Ana Belén Sánchez, con la que se había casado por lo civil, y volvió a contraer matrimonio en 2018 con Lidia Bedman, esta vez por la Iglesia).

A juicio de Miguel González, en cambio a Vox sí le cuadra lo de neofranquista por compartir con el régimen de Franco el militarismo, el nacionalismo exacerbado y el integrismo católico. Pero el mejor calificativo que define a Vox –precisa el periodista– es el de reaccionario, por surgir como reacción del nacionalismo español frente al catalán en un momento en el que este, mutando en independentismo, amenaza con quebrar la unidad de España. Miguel González retrata al Abascal jovenzuelo cuando argumentaba, citando a Karl Popper: «El nacionalismo halaga nuestros instintos tribales, nuestras pasiones y prejuicios». Y, de propia cosecha: «El poder de movilización que tienen los sentimientos y las identidades nacionales, muchas veces irracionales, no se comprende al de ningún otro principio político y moral». Quince años después, el Abascal que así peroraba, desmontado sistemáticamente las trampas del nacionalismo, caía ahora groseramente en ellas.

Para Vox, la nación está por encima de los ciudadanos y de la democracia. Afortunadamente ⸺de acuerdo con Miguel González⸺ la democracia está por encima de Vox, porque protege el derecho de cualquier partido a exponer sus propuestas sin que nadie lo apedree ni lo ilegalice. El único límite es el respeto a la ley. Actualmente en España la democracia convive con gentes que no creen en ella. Como las comunidades autónomas por quienes no las respaldan. Lo preocupante y paradójico es que una facción que repulse la democracia puede alcanzar el poder democráticamente para inmediatamente ordenar su abolición. Ello se explica por la falta de una verdadera cultura democrática en España que vacune a la sociedad contra quienes prosperan en ella a base broncas y de insultos. Lo que distingue a los demócratas de los antidemócratas no es la forma en que llegan al poder (Hitler y Mussolini lo hicieron por métodos constitucionales) sino su disposición a cederlo a quien deciden los electores.
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