Para Rufino ya es tarde, para Hildegard no lo fue

Rufino Juárez vivía la recta final de su sueño de recuperar los restos de su padre de la fosa de Villadangos, pero le sorprendió la muerte; Hildegard del Blanco vivió una batalla similar por la memoria de su padre hasta encontrarlo y poder ponerle una placa

Fulgencio Fernández
05/09/2021
 Actualizado a 05/09/2021
Rufino Juárez García hace tan solo unos meses en una entrevista (foto de Olga Rodríguez); Hildegard del Blanco ante la fotografía de su padre, Pablo (foto de Javier Fernández).
Rufino Juárez García hace tan solo unos meses en una entrevista (foto de Olga Rodríguez); Hildegard del Blanco ante la fotografía de su padre, Pablo (foto de Javier Fernández).
«Ya puedo morir tranquila, lo que tenía que hacer ya lo hice»; estas fueron las palabras que pronunció la leonesa Hildegard del Blanco (Arcayos, 1934) el día que colocaron una placa con el nombre de su padre, Pablo del Blanco, en la plaza de Abastos de Ciaño, debajo de la cual está la fosa con elcadáver de su padre y otros tres fusilados. Le ofrecieron la posibilidad de ‘levantar’ el suelo, pero ella no quiso: «¿Cómo voy a levantar la plaza? Me basta con saber que está allí, que hay una placa con su nombre donde le colocaré flores y que se recupera su dignidad, que es por lo que he luchado toda la vida, pues han sido nombrados ‘Ciudadanos ejemplares’. Sólo una pena, que no lo haya podido ver mi madre».


Rufino Juárez se había convertido en una enciclopedia sobre el tema, lo sabía todo, lo había leído todo. Sólo esperaba este momento y ha fallecido en la esperaOtro leonés, Rufino Juárez (Vegas del Condado, 1935) estaba a punto de poder pronunciar la misma frase o parecida —«lo que tenía que hacer ya lo hice»— pero unos extraños e incomprensibles movimientos en Villadangos del Páramo, en cuyo cementerio esta la fosa en la que está su padre, retrasaron una exhumación que ya no podrá ver pues falleció en un desgraciado accidente doméstico esta misma semana.Tristemente recobra actualidad la frase que escribió en una placa que le colocó en el cementerio de Vegas del Condado en 2018 y que finalizaba con un «se nos acaba el tiempo». Y se acabó. Rufino era el único hijo vivo de los llamados «71 de Villadangos», al que él pertenecía y era uno de los más activos: «Se había convertido en una enciclopedia andante, lo sabía todo, lo había leído todo, investigado...», explica Vicente de Barrio, paisano suyo de Vegas del Condado y amigo, quien recuerda que «tristemente se le acabó el tiempo pero seguirá su lucha, la mantendrá viva su familia, especialmente su sobrino Candi, que ya era quien le acompañaba a todos los actos».

Hildegard no quiso que se levantara la plaza y la pretensión de Rufino era tener los restos de su padre, llevarlos junto a los de su madre. Vicente de Barrio le recuerda «como una persona firme en su decisión de buscarlo, pero muy tranquilo»; y recuerda una anécdota que habla de su personalidad y la estima que se había ganado entre sus vecinos. «En 2018 decidió colocar la placa en memoria de su padre en el cementerio, con una frase y la bandera de la República. Los amigos le decíamos que ‘se iba a preparar’ y él insistía en que no, que solo era un recuerdo y nada ocurriría. Y nada ocurrió, absolutamente nada».

Muchas veces se centra la información sobre los olvidados en las fosas comunes en las biografías de quienes allí están que, ciertamente, son los importantes; pero para entender la falta de humanidad de ciertos comportamientos sería bueno poner el foco sobre las vidas de quienes les buscan y reivindican, gente como Rufino o Hildegard. El de Vegas tenía dos años cuando llevaron a su padre, que era el presidente de la Junta Vecinal de Vegas; Hildegard recuerda a sus 86 años que «yo era una nena de solo 3 años entonces, es decir, ya hace más de 80 años, que son los que he pasado con esa cosa dentro, con el remordimiento de que mi padre estaba ahí tirado, en una fosa común, con otros 4 compañeros».

Tal vez la diferencia entre los casos de Rufino y Hildegard es que mientras en Villadangos todo son trabas, el yerno de Hildagard —Javier Fernández— explica que «nos ayudó mucho que el alcalde de Langreo siempre estuvo a nuestro lado»

Hace un par de años se excavó una fosa en Canseco, en el cementerio como en Villadangos, y mientras los de la ARMH trabajaban en la plaza del pueblo se produjo un curioso debate. Un enterado de guardia se quejaba de reabrir heridas, incluso sabía la verdad de la guerra en aquella comarca, que no era la verdad oficial e ideas similares. A muy pocos metros estaba Teresa Morán, octogenaria cuyo padre sigue en una desconocida fosa, seguramente en Asturias. «No saben de lo que hablan, ¿reabrir qué? Te voy a decir lo que yo quiero, solo saber donde está mi padre para poder llevarle unas flores y me basta con que me den unos huesos, o uno, suyos, para poder enterrarlo en el cementerio e ir el Día de Todos los Santos, como todo el mundo». La excavación de aquella fosa se produjo a instancias de Tomás Fernández, hijo de uno de los enterrados del mismo nombre y que había podido localizar gracias alas cartas que enviaba a su mujer en Asturias desde esta comarca leonesa. Y cuando excavar la fosa fue una realidad, pasó por el cementerio y allí conoció a otro familiar que había sido la causa de que se dilatara en el tiempo la exhumación, pues aparecía todos los años, cerca de los Santos, un ramo de flores que nadie sabía quien lo colocaba, por lo que la ARMH no quería iniciar los trabajos hasta contactar con este familiar. Las flores dejaron de aparecer y se desveló el misterio. «Yo soy el hijo de la mujer que traía las flores, yo la traía hasta aquí desde nuestro pueblo, Peredilla. Se sabía una ‘privilegiada’ por tener un sitio al que llevarle las flores», explicó.

Por su parte, Tomás ‘hijo’, habló de los motivos por los que también mantuvo una larga batalla para recuperar los restos de su padre: «Sólo quiero llevarlo junto a mi madre, a la que escribió aquellas últimas cartas».Los llevó y debió pensar aquello que dijo Hildegard del Blanco: «Lo que tenía que hacer... ya lo hice ».
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