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Para jugar, los pueblos

24/06/2020
 Actualizado a 24/06/2020
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Para empezar, epi, es alrededor; pan, la totalidad y, demia –demos– hace referencia a la población. Son los términos científicos que se utilizan para que todos sepamos de qué hablamos y que se toman del latín o, en este caso, del griego. Por tanto, cabemos todos, sin exclusión ni garantía, de quedar fuera.

Providencial es el caso de los niños, cuya pérdida sería mucho más dolorosa. Por eso, la baja en la natalidad es una gran preocupación en países occidentales, desarrollados o como quiera decirse. Pero la percepción, ahora que no hay colegios, es que están en la calle y en todas partes, hasta el punto de que la cuestión raya con marrón oscuro. No lo digo yo, sino los propios padres que, por una vez, han valorado el trabajo del profesorado y entonando el mea culpa por criarlos tan caprichosos y consentidos.

Todos hemos perdido y los pequeñuelos también, por las consecuencias de esta pandemia que no acaba. Echarán de menos la guardería, el colegio, las fiestas de cumpleaños, los amigos, las clases, familiares y –posibemente– a los abuelitos, que caerán el el olvido. Porque los niños no viven en pasado, ni futuro. Lo suyo es la inmediatez. Otro ámbito son las ludotecas, cuyo nombre asusta. Recuerdo un libro sobre el tema que traduje para Akal, pero creo que hoy no lo haría, por nada del mundo. Un lugar entre cuatro paredes, con un animador para forzar la diversión.

La auténtica ludoteca, nos va a llegar por la crisis económica y el miedo que nos va a llevar de vacaciones, lo más lejos, a la casa del pueblo o casa rural. Correr por la calle, subirse a un árbol, tirar piedras, saltar tapias y conocer todo tipo de animalejos que pululan por la naturaleza. Bañarse en el Órbigo, el Porma o el Omaña y las playas fluviales de estos ríos de León, es más seguro que cualquier playa de moda, con la basura de la gente; que no se ve, porque está disuelta en el agua, y es de lo peor.

De todas formas, los mejores momentos no vendrán. Con los santos patronos confinados en los templos, sus fiestas no se celebran. Las orquestas gallegas, con sus vedettes, enmudecen. Y el desfile de estos días, donde iban «la bruja ferroviaria» y su escoba; los caballitos; el coche de choque; las carabinas que siempre fallan; el algodón de azúcar; y el toro salvaje... Una comparsa multicolor que nos daba esperanza, alegría y bullicio. Hoy lástima, porque, más bien se parecían a un ejército derrotado y sin futuro. Para estos autónomos, la Administración se ha comportado como un «trilero» que escamotea a los feriantes lo que se ha permitido a otros sectores. La fiesta va por barrios.
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