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Pañales lejanos

06/03/2021
 Actualizado a 06/03/2021
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Decía Horacio en su Epístola a los Pisones, uno de los más antiguos tratados de crítica literaria, que la literatura debe ser «dolce et útile». Es decir, debe entretener a la par que resultar placentera para el que se expone a la sabia y sutil caricia de la palabra. La primera vez que de niña leí lo de los Pisones en aquel libro que andaba por casa, me pregunté qué interés tendría para aquel tal Horacio escribir una carta a unos señores que se pasaban el día orinal en ristre. Cosas de niños. Cuando eres pequeño lo de hacerse pis es un temido mantra que se cierne sobre la honra como auténtica tragedia. ¡Quién no ha sufrido pánico en la escuela cuando un escape a destiempo le ha convertido en el blanco de las miradas de compañeros y profesores! Por eso me imagino los aires de triunfo que derrocharía esa pequeñina mientras mamá hablaba con aquellos malhumorados gentlemen y ella, sorprendida por la urgencia urinaria que le aconteció, recién confiscado el socorrido pañal se despachó solita en aquella aburrida sala de espera. La criaturina, a sus dos añitos y medio, alivió su urgencia echando mano del orinal portátil que mamá tomó consigo antes de salir precipitadamente de casa. Madres previsoras que siempre nos salvan. Seguramente, tras el alivio, la niña acudió orgullosa a exhibir la hazaña sin sospechar que aquel mini Támesis embalsado iba a costarle que el empecinado funcionario del Consulado español en Londres, les denegara la expedición del pasaporte tanto a la pequeña, como por extensión a su hermano de dieciséis meses, con la siguiente disculpa: «la utilización de un orinal en un espacio público ha sido considerada como una falta de respeto, más aún teniendo en cuenta la situación sanitaria actual». Y eso suponía para la familia volver a intentar conseguir una nueva cita al hilo de las actuales circunstancias donde resulta heroico obtenerlo antes de varios meses. Patricia de la Piedra la madre, que ha denunciado el caso en redes sociales, asegura: «Me disculpé ciento cincuenta veces, y cuando me dijeron que por lo sucedido no me iban a dar los pasaportes, me eché a llorar».

Mientras, la pequeñina, contemplaría la escena, bacinilla en mano, mirando a su alrededor a ver si es que se le había escapado algo. Pobre ¡qué complicado entender este mundo de los mayores donde parece que los pañales nos han quedado tan lejos! Molestan los infantes en su inocencia y ternura. Ya lo recordaba Serrat «niño, deja ya de joder con la pelota».

Menos mal que al final y ante el clamor social, los autores del despropósito han reconsiderado su necedad y parece que les van a dar el pasaporte británico a los dos hermanitos. Vamos, para no echar gota.
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