27/06/2021
 Actualizado a 27/06/2021
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Cada vez más palomas defecan sobre la cabeza de los leoneses. Lo hacen a cualquier hora, en cualquier sitio, mientras toman vermú o pasean con sus familias. Se suben a las mesas de los cafés y pasean entre las tapas con feroz desparpajo. No se fatigan, no cejan, merodean como si les fuera la vida en ello. La mayoría, de lo gordas que están, se arrastran sobre patas deformes y zurean como tenores con bocio; a veces, si la pitanza es generosa, aparecen acompañadas por un séquito de pardales. A mí, estas palomas de ciudad, con sus picos amenazantes, me dan un poco de grima y me recuerdan, no sé por qué, a ciertos tertulianos. Las imagino en un programa de televisión, picoteando furiosas contra todo lo que se mueve. Algunos escupen contra el Gobierno y otros contra la oposición. Tienen, en su forma de abrir los ojos y girar el cuello, ese gesto robótico que esgrimen las palomas. Al igual que ellas, no desperdician nada: les sale a cuenta una tostada y un caracol, sacan provecho de un trozo de carne o de una fritanga. Estos tertulianos, que antiguamente eran pocos y eruditos, ahora proliferan por doquier. Opinan de todo. Algunos lo hacen a título personal, sin contrato, lanzando su bilis por las redes. Se dirían más afines a los cuervos, por los graznidos que emiten. Cuando se ponen solemnes o sentenciosos, hinchan la papada de forma ostentosa y evocan los buches de los palomos en celo. No se sabe de tertulianos subidos a las acacias y cagando sobre quienes pasean por las calles, pero todo se andará. A falta de mirlos y ruiseñores, y de gente cabal, las palomas y los tertulianos tienen cada vez más adeptos. Tal vez por eso se mueven poco del sitio. A diferencia de los viajeros de antaño y de la raza de las mensajeras, estos pululan por los mismos platós y los mismos parques. En ocasiones, no les da tiempo ni para cambiarse la chaqueta. Unos y otras acaban formando un universo circular y endogámico: por eso sus opiniones son igual de histriónicas y sus proles llenas de taras. Cuánto echamos de menos aquellas tertulias que organizaba La Clave y aquellas palomas que, con un mensaje anillado a la pata, viajaban sin descanso para salvar una expedición. Ahora, con su vuelo gallináceo y rasante, las ves venir a cualquier hora, aleteando delante de tus narices: llegará el día en que no puedas asomarte a ningún bulevar ni encender la tele tranquilo.
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