03/04/2020
 Actualizado a 03/04/2020
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Dice Martín: «Mamá, vamos a hacer una foto y ponemos cara de aburridos». Y yo pienso, en realidad, aburridos no estamos. Todo lo que hacemos, lo que hago, tiene una doble carga, la real y la emocional. Limpiar con energía, dar clases a Martín con desesperación, cocinar con alegría, hacer la compra con sentimiento de culpa, poner la lavadora con alivio, pintarse los labios para los Skypes con melancolía, hablar por Whatsapp con fruición, tirar la basura con ilusión, escribir con placer, leer con miedo a perder la concentración.

Todo lo que hacemos, lo que hago, adquiere un nuevo significado. Trabajar, también.

Nunca estás cien por cien concentrada, «mamá, tengo hambre», «mamá, ¿viste lo que acabo de encontrar en el cuarto de los telares?», «mamá, ¿puedo ver los dibujos animados?». Y mamá pone la lavadora entre llamada y llamada, mamá corre agobiada a la cocina porque se le queman las lentejas, y hace la cama antes del Skype de las 10, y entre medias, echa vistazos aterrados a la prensa, a los nuevos datos sobre el avance del virus (eso es lo que más desconcentra, por supuesto). Así, lograr concentrarse en el trabajo es un milagro.

Pero tampoco desconectas del todo. Las jornadas se alargan hasta la noche porque no hay diferencia entre el trabajo y tu vida. Haces la comida y contestas un mensaje. Y cuando al caer la tarde, apagas el ordenador y estás en pleno intento sobrehumano de hacer unas sentadillas, con la música a todo volumen, alguien te llama para pedirte un dossier. Y lo dejas todo, y enciendes el ordenador y se lo envías. No están los tiempos ni las economías para posponer tareas. Es lo que algún listillo denominaría, por ejemplo, flexibilidad laboral o mejor incluso, trabajo fluido. A mí me parece agotador. Desalentador.

Pero aún así, he de dar las gracias por conservar un trabajo. Por ser capaz de llevarlo a cabo en este confinamiento. Supongo que los valores han cambiado, las metas han cambiado, las ambiciones han cambiado. El listón está ahora por los suelos. Cerca del suelo, de la tierra. A lo mejor nos hemos vuelto más esenciales. Los parámetros de lo que es importante se afinan; nos damos cuenta de que hay POCAS cosas importantes, pocas ambiciones importantes, pocas metas importantes, pocas personas importantes. Debemos deshacernos de lo que no es importante, la vida no está en nuestras manos, es frágil, ¿por qué perder el tiempo en lo que no es importante? Alguno pensará que son gilipolleces, filosofías de bolsillo, pero es lo único que tengo: palabras pequeñas para expresar el estado de shock en el que estoy. Espero que a vosotros os sirvan también de algo.
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