28/06/2021
 Actualizado a 28/06/2021
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Si ya estaba la situación complicada con el monte cargado de combustible por la falta de quien lo cuide y los pueblos a merced de las llamas cuando se desata la quema, la desescalada en las medidas sanitarias viene a dar más aire al fuelle. Lo advirtió el consejero de Fomento y Medio Ambiente, Juan Carlos Suárez-Quiñones, en la presentación del operativo de este año: «Estamos desesosos de estar en el medio natural». Una excitación y una mayor movilidad que, por ejemplo, en las carreteras ya se ha traducido en un aumento de la siniestralidad y, lamentablemente, de la mortalidad.

La mayor presión antrópica puede llegar de muchas maneras, sobre todo en León. Desde el recurso del fuego para limpiar la finca, hasta la venganza por más roces entre vecinos (más o menos estables), pasando por las colillas, los vidrios, las acampadas o cualquier otra negligencia que ya venga a sumarse a losinfortunios de la maquinaría agrícola, los rayos, las disputas por la caza o cualquier otro siniestro interés. Un cóctel en el que la base es una nueva generación de incendios, la sexta, que se caracterizan por su mayor virulencia debido a la acumulación de material combustible, que cambia las condiciones de la atmósfera, generan pirocúmulos (nubes de fuego) y provocan, en resumen, que poco o nada se pueda para frenar su avance. No hace falta más retórica para tratar de condensar la idea que la denominación de quienes acuden a sofocar los fuegos: Combatientes forestales. Otra característica de estos incendios es la letalidad por su rápido avance hacia núcleos de población cada vez menos preparados para hacerles frente, ya que estamos hablando de lenguas de fuego capaces de saltar carriles de autovías o de quemar 400 hectáreas en una hora.

Si como decía esta sexta generación es la base del cóctel, esperemos que la pandemia, mejor dicho, la salida de la pandemia no sea el reactivo para dar todavía más fuerza a este otro virus para el Medio Ambiente.
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