Orgullo de cojera

26/10/2021
 Actualizado a 26/10/2021
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La vulnerabilidad del rural hace aguas por todos sus rincones. Y se ahoga. Se hace fuerte cuando parece que algún discurso lo lleva al titular, pero acaba con una mano extraña sobre la cabeza, que intentaaguar su respiración floja. Encabeza promesas, pone nombre al futuro, a la lucha de callo, al trabajo honesto de sudor y hierba… Es romántico el rural profundo, aunque alguna jueza haya visto que en Galicia es sinónimo de submundo del que hay que liberar a las nuevas generaciones. Y es también el resultado de un engaño. Porque las huellas que va dejando esa hemeroteca de salvación se saldan con porquería bajo la alfombra, donde nadie mira. Sobre ella luce el terciopelo repeinado, que cada mañana se vuelve a pintar los labios. Y el discurso de los atriles aplaude esa buena cara de la tela sobre el suelo, a sabiendas de lo que esconde en la bodega. El rural se sabe olvidado y busca paciente dónde pone su nombre en otro incumplimiento para poder sonrojar, aunque sea en el estadio ético que a pocos le interesa tener bien regado, al que le declara amor incondicional, un te quiero vacío y rosas tras la infidelidad. El mayor valor de esas poblaciones alejadas con juego de cámara en cada una de sus esquinas es su autonomía. El urbanita necesita al rural como el comer. Y el pueblín tiene sustento pero cojea. Es una cojera persistente, dolorosa, que soporta porque no hay quien la cure. Y ahí es donde su necesidad se hace bruces. Solo pide que mimen su corazón, el de las canas reventadas de candidez, el de las arrugas narrativas. Y, frente a las televisiones, siente un abrazo que dice sí a ofrecerle una bata blanca que preserve su salud. Igüeña esperaba que el apretón de manos no tuviera una segunda lectura, porque el dogma de las pedanías es elevar a contrato ese gesto. Pero, Valladolid habla otro idioma y allí lo que hoy aprieta, mañana ahoga... Y lo que es cojera, dicen que es cuento.
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