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Orgullo bajo cero

10/01/2021
 Actualizado a 10/01/2021
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«El nacionalismo sólo te enseña a odiar a gente que no conociste y a enorgullecerte de mierdas en las que no participaste». La primera vez que leí la frase fue en una camiseta (ah, camisetas con frase ¿habría medrado Schopenhauer en ese nicho de negocio?), aunque luego supe que era del cómico estadounidense Doug Stanhope. Es el mejor resumen sobre la cuestión, que abarca también regionalismos y localismos varios.

De todas las razones para juntarse más de dos personas, la territorial es la peor. Primero, porque construyes tu identidad a partir de una negación. Puedo ser fan de Depeche Mode y de Amancio Prada (seguro que habrá alguien así) , pero parece que no puedo sentirme leonés y pucelano. Porque lo uno se construye sobre la anulación de lo otro: ‘soy’ leonés porque ‘no soy’ pucelano. Y viceversa. El tema lleva calentito desde hace dos siglos, así que voy a ahorrarme las citas a Marx, Weber y todos esos rollos. Lo único que diré es que la segunda cosa que más pereza me da es quedarme encerrado con ‘los míos’. Está claro que la ‘tierrina’ marca códigos que, al compartirlos con otros, dan cobijo en este mundo inhóspito. Pero como apelan a lo emocional y anulan lo racional, también acarrean ‘movidas’ cuando se ríen de nuestra cecina o dicen que en mi pueblo tenemos la cabeza cuadrada.

Tampoco vamos a tirarnos el rollo y soltar, a estas alturas, la paletada de ser “ciudadanos del mundo”. Llevo 23 años viviendo en Madrid, y estuve 14 en León, pero todavía digo que soy de la segunda. Tal vez porque uno es de la localidad en la que le salieron pelos en los sobacos por primera vez. Pero ni el discurso de agravio con otras provincias, ni la exaltación de nuestras tapas, ni las gestas del Ademar ni la jactancia por nuestra historia medieval van a movilizarme cual paisano con cuernos de bisonte en el Capitolio de EEUU. ¿Soy peor leonés por ello? No diré lo que me importa la respuesta, porque la ‘Ma’ me está leyendo y bastantes groserías cuelo ya.

Así y todo, quiero regresar a León para envejecer y morirme. Porque me sigue prestando su gente y su paisaje. Y porque tiene muchas cosas por las que sacar pecho, aunque no suelen coincidir con las habituales. En mi caso, el frío: ese frío de heladona, sol y cielo despejado que tan bien me curtió para sobrevivir en inviernos de otras ciudades, incluido éste de hipérboles madrileñas. De ahí mi absoluto y abrumador orgullo al conocer que este jueves se batió en León el récord de la temperatura más baja registrada jamás en España, con los -35.8 grados de Vega de Liordes, en Valdeón. Por esto sí que saldría (cuando se pueda) a dar vueltas con el coche a la rotonda mientras quemo el claxon y doblo el brazo con el puño apretado. ¡Vamooooosss!
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