Todo aquello

Álvaro Alonso
01/10/2024
 Actualizado a 01/10/2024

En uno de esos días irrelevantes. Vivir en un pueblo conlleva que cuando se baja a la ciudad se aprovecha para hacer todo lo pendiente. Gastar gasolina tan sólo para una cosa es un despropósito, cuando se tiene la obligación o urgencia se juntan varias tareas. Las personas medias ya solíamos aplicarnos la mentalidad austera. Pero hoy por hoy, observar el ticket después de echarle lo suyo al coche, implica de un alto grado de mesura que se enfrente a la ira. Marisú se lleva su parte, esté usted tranquilo, para repartirlo entre todos los ciudadanos iguales, y singulares claro. 

En uno de esos días irrelevantes en los que se camina por la calle hacia el siguiente recado, mis ojos repararon en una mujer de avanzada edad. Caminaba sin prisa, con tranquilidad, pero con una bolsa en la mano. Ella también estaba en ese día de recados, pero su serenidad hacía indicar que todo había terminado y volvía de regreso a casa. En su cara llevaba eso que ahora es poco habitual, eso de lo que ya había olvidado su existencia, eso que nos tapó el aliento durante un par de años. Llevaba una mascarilla, y se agolparon los recuerdos con una fugacidad inmediata; como si de una escena de ‘Todo a la vez, en todas partes’ se tratara. 

Qué pronto olvidamos esos tiempos. Nuestra vida se interrumpió y teníamos que estar separados debido un bicho. Toda la cotidianeidad de un marzo cualquiera se fue al traste. Cada uno en su casa, salir sólo aquellos esenciales y el resto a teletrabajar. La vida se convirtió en paredes, las ciudades en colmenas y la rutina aún más repetitiva si cabe. Convertimos los fallecidos en estadísticas impersonales, mientras cada familia lloraba una pérdida sin poder ni tan siquiera velarla. Qué pronto lo ignoramos. Como si fuera un vacío en el tiempo, como si todo eso fuera una pesadilla de la que simplemente despertamos.

Por lo inédito, parece que lo relegamos a la parte trasera de nuestras cabezas. Una parte de nuestro pasado más lejano, y la realidad es que hace tan sólo un par de años que cerramos toda esa etapa. Hicimos un borrón y nos apartamos, salvo para rememorar aquellos momentos delirantes y jocosos que significaba estar alejados. Las cifras, los contagiados, los test, las mascarillas, las FPP2 y las quirúrgicas, las barbas descuidadas, las videollamadas, los Fernando Simón, los estados de alarma inconstitucionales, y los Pablo Iglesias vicepresidente. Que sí, se lo juro, que fue vicepresidente del Gobierno de España. 

En mi caso todo esto cayó cuando intentaba sobrevivir a tercero de carrera. Todo se trasformó, hasta la dificultad. Se suprimieron prácticamente las clases y los profesores se aparecían repentinamente con unos siniestros correos. Todo trabajos, deberes y tan sólo un examen de tres horas reflexionando sobre el consumismo. Qué horror. Pero la ausencia de desplazamientos y aulas, dejaba mayor cantidad de tiempo libre. Aquel juego, no sé si lo recuerda, uno llamado Fornite. Cuantas horas, cuantas increpadas, cuantas personas nos empezamos a tratar por ser amigos de amigos. Se convirtió en nuestra plaza, nuestro lugar de reunión. La tecnología fue para los demonizados jóvenes, la salvación de nuestro espíritu inquieto.

El esplendor de la radio fue aún más radiante de lo que suele. No hay medio más cercano y atento. No hay medio que aporte mayor vínculo. Para sus apasionados fue ella nuestra forma de salir afuera, la sociedad estaba ahí, tal vez la única que había por esos tiempos. Carlos Alsina, ese genio de las ondas, hacía cada día uno de los mayores hitos radiofónicos que mi corta vida recuerda, el diario de la pandemia. “Ya queda un día menos para dejar todo esto atrás”. A quien no le caía la lagrimilla escuchando su narración de la vida en aquel encierro. «Facciamo finta che, tutto va ben».

Poco a poco fuimos dejándolo atrás. Después de aquella cuarentena colectiva vinieron las fases, las reuniones tasadas, los horarios para salir a la calle y las vacunas. Gradualmente fuimos olvidando lo vivido a medida que sufríamos los efectos secundarios. Cuando vi esa mascarilla puesta en una boca cualquiera, fue inevitable no regresar. Imágenes fugaces de todo aquello, experiencias aparentemente ficticias, ese drama humano al que nos enfrentamos. Puede parecer increíble pero todo aquello pasó. Puede parecer surrealista pero todo aquello fue real. Y merece la pena, aunque sea pocas veces, recordar todo aquello.

 

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