Una semana después seguimos vivos, resilientes, soportando el tsunami de declaraciones de los líderes votados por una ciudadanía temerosa ante la incertidumbre que resultó ser más previsible de lo pronosticado. Mientras Vox exista, la derecha no gobernará.
Escuchándolos, no podemos evitar sentir cierta decepción. Más de lo mismo. Una y otra vez se suceden, comicios tras comicios, las mismas tonterías cargadas de cinismo y mediocridad: que si hemos ganado (aquí parece que nadie pierde), que si es una victoria de la democracia, agradecimientos a militancia, simpatizantes y poco más. Una victoria amarga y una derrota esperanzadora. Esto es lo que hay.
Feijóo se cargó con ahínco su campaña. A quién se le ocurre no acudir al debate televisivo. A quién, en su sano juicio, se le antoja decir a estas alturas, tras pactos evidentes, que los de verde no son buenos socios. ¿Y por qué sumáis entonces? Es como estar en misa y repicando. Juntitos para gobernar, pero nada de fotos, como esos adolescentes que se avergüenzan de su parentela.
Sánchez no cabía en sí de gozo, pero se precipitó quizás un poco en la ‘spanish celebration’ con ritmo de rumbita callejera. Junts no será fácil. Y es que ninguna investidura será sencilla mientras sea este el repertorio de amigables. Por eso es insultante y de película frikie que ambos, Feijóo y Sánchez no se sienten a solucionar lo que de verdad importa. Sumidos ambos en ver quién se sienta en el sillón no dialogan sobre lo que es clave. ¿Por qué partidos con circunscripción local están en el Congreso? ¿Por qué partidos a los que poco importa la Constitución y que no comparten con el resto la idea de España como país deciden el futuro del Estado? Otra vez peajes y cada vez más altos. Siéntense de una vez PP y PSOE, ahora que tienen amplitud de escaños y piensen en una solución que no les haga depender a ninguno de socios no deseables. Hágannos ese favor. Poco dura la alegría en casa del pobre.