La forma que tienen los leoneses de reconocer la singularidad de algo que les rodea suele empezar por un «si esto estuviese en Alemania» o «si esto fuera de los catalanes»... y suele terminar con la conquista de dudosas glorias. Cuesta imaginar lo que en Alemania o en Cataluña o en cualquier otra parte del mundo harían los nativos ante una situación como la que aquí se vive con el tren de Feve, la más cruel de todas las metáforas que sobre su propia torpeza nos deja botando nuestra clase política. Quince años llevan construidas las vías hasta el centro de León, que fue donde llegaron siempre, quince años durante los que no se ha tomado ninguna decisión al respecto que provoca ahora esa horrible sensación de que cualquiera que se tome hoy, para bien o para mal, se podría haber tomado mucho antes, a lo largo de estos quince años durante los que se han ido sucediendo, entre otras catástrofes, los gobiernos nacionales y municipales (el autonómico, aquí, solo se sucede a sí mismo) sin que ninguno de ellos haya mostrado el más mínimo interés por solucionar un problema generado como la canción de los deditos: uno lo paró, el otro lo olvidó, los más miraron hacia otro lado y ahora nos lo tenemos que comer el resto.
Los leoneses asistimos durante todo ese tiempo a un festival de promesas sobre proyectos fantasmales que no pasan siquiera por nuestra imaginación, sino que directamente engrosan nuestra frustración. Te señalan en el horizonte polígonos y trenes que no puedes ver y, sin embargo, las vías que puedes pisar y que posan para los instagramers entre hierbajos y un puzle de baldosas desencajadas se nos deshacen entre las manos y las papeletas. El tren en cuestión podría ser una genialidad si se lo inventaran hoy, vendiéndonos que sería limpio, puntual, integrador, vertebrador y todos los adjetivos cuquis que salen de los gabinetes de prensa ministeriales. Dinero se ha invertido a paladas, quizá más de la cuenta en expropiaciones y seguro que menos de lo debido en infraestructuras, y a paladas se va a enterrar para completar una atrocidad en medio del silencio de la inmensa mayoría de los leoneses, que miran a los miembros de la Plataforma en Defensa de Feve como si fueran románticos o frikis que quisieran viajar en el DeLorean. Adif, que habla de sí mismo en tercera persona como los babosos, anunció esta semana que «ha contratado e iniciado la redacción del estudio para diseñar la solución de movilidad sostenible entre las estaciones de La Asunción y Matallana». Yo mismo puedo hacer ese diseño sin la necesidad siquiera de que nadie me tenga que sujetar el cubata: consiste en enterrar las vías. Parecía que la más cruel de las expresiones empleadas era que van a «poner en valor la antigua traza ferroviaria» pero, como siempre, llegó Óscar Puente y lo empeoró: «El plan de integración de Feve en León era disparatado».
De todos los proyectos pendientes del Ministerio de Transporte a desarrollar en León, que son unos cuantos, éste de los enterradores ha sido sin duda el plusmarquista. Duele tanta sinceridad y escuece tanta premura. Con las prisas, los leoneses van a tener que excusarles pero, desgraciadamente, al sepelio no podrán acudir, por compromisos profesionales, ninguno de los caballeros de la mesa cuadrada por León… ni los protagonistas de otras performances por el futuro de esta provincia. Andan muy liados poniendo en valor cosas. La mayoría esquivan el tema como se esquiva a un ex: se saben todos tan culpables que no se atreven ni a echarse la culpa unos a otros. Los mentirosos siguen mintiendo. Los más torpes se pierden en argumentaciones imposibles que siempre resultan como pisar el rastrillo. Nadie dijo ni digo ni Diego. El mensajero se lleva los palos, así que es mejor hablar de otra cosa. El duelo y la aceptación y todo eso. Si preguntas por qué las mismas soluciones que llevamos quince años esperando funcionan sin ningún problema en otras ciudades, estás siendo un llorón. Otra vez. ¡Triste! No te dé por pensar cómo estarían gestionando todo esto los alemanes, los catalanes o los vascos, porque sabes de sobra que allí este problema no existiría: los trenes estarían funcionando. Así que no se puede caer en la autocompasión. ¿Como se dirá autocompasión en leonés? No seas cazurro, por favor. No te obsesiones. No hay más. Mira qué bonitas las vidrieras de la Catedral. Y qué bonito va a quedar el teatro Emperador. No te pongas demasiado melancólico, intensito, a ver si vas a acabar abrazándote ahora a unos hierros como antes a los cantos de la Plaza del Grano. Atempera tus emociones. Con cabezonería no se consigue nada... y a la nada me remito. Sería como esperar un milagro, así que, si acaso, mejor rezar. Además, si al final lo usan cuatro, los mismos cuatro que protestan. Otra cosa sería, claro, si por la «antigua traza ferroviaria» de los cojones pasase una procesión. Entonces sí que íbamos a rezar y nos iban a sobrar pésames y enhorabuenas.