Ocho dólares la hora

03/10/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Si hasta el momento ha habido un hilo conductor que ha despertado controversia en el discurso de Donald Trump, ha sido la inmigración. Sus lapidarias citas sobre ella, como un pirómano ante el fuego, han incendiado por sí solas una campaña nociva que se ha cebado con las minorías ante el aplauso mayoritario de todos aquellos que apelan al orden y a la seguridad como antítesis de lo que representa la población extranjera, fundamentalmente los profesionales no cualificados y los ilegales.

En Oklahoma, estado muy conservador gobernado por los republicanos, como buena parte del sur del país, sus palabras han encontrado un eco que ha atemorizado a muchos foráneos, sobre todo latinos, casi el 20% de la población. «Te sientes afectado por el color de la piel», comenta Osvaldo Gramillo, mexicano de Juárez que, además de pastor de la Iglesia Apostólica del Nombre de Jesucristo, regenta un negocio de compraventa de vehículos desde hace casi una década en Tulsa. «Aquí el racismo se siente como una bofetada a mano abierta. En cuanto te ven como latino, con sus rasgos, no se comportan igual», señala. Uno de sus trabajadores, con casi veinte años en el país, así lo corrobora: «Yo lo he sentido mucho en todas las ciudades donde he vivido: Chicago, New York… pero cometen un error porque, a veces, nos confunden con nativos americanos y entonces sí que hay lío, porque a ellos les respetan muchísimo por lo que han representado en este país». «Te sientes mal», sentencia Gramillo, «pero no es solo con los latinos, también los afroamericanos lo sufren».

Pero, en el entramado económico de este país se antoja fundamental la presencia de los inmigrantes, legales o no, en el engranaje de la maquinaria industrial. «¿Quién iba a trabajar por 7-8 dólares en bruto la hora de no ser nosotros?», se pregunta Ana, nombre ficticio, limpiadora centroamericana de un edificio. «Ningún americano quiere trabajar por tan poco y, para nosotros, es mucho dinero si tenemos que compararlo con lo que ganamos en nuestros países», indica. Y sorprende el negocio ilegal que ha surgido alrededor de este trabajo precario. No todos los ilegales tienen papeles por lo que «compran papeles ‘chuecos’ –falsos–. Incluso trabajan con papeles de otras personas a cambio de pagarles las tasas –impuestos–», afirma.

De ahí que la báscula que pueda definir el peso exacto de un voto latino, casi veintisiete millones tienen derecho a ello, haya hecho recular, sobre todo a Trump, y haya variado su discurso hacia la seguridad y el orden, cuyos valores opuestos asocia a la inmigración ilegal. «Tiene razón en lo de la seguridad y el orden porque realmente las necesitamos, pero se equivoca porque no todos los hispanos son delincuentes. Ese muro que quiere construir… es una locura», opina Gramillo que expresa lo que también siente parte del país «pero es que Hillary Clinton tiene cosas que tampoco nos gustan, aun así, la preferimos a ella», concluye.

Y es que los datos de las mayores empresas de encuestas presentan un dato en común; más del cincuenta por ciento de los estadounidenses con derecho a voto no quieren ni a Trump ni a Clinton. Sus niveles de rechazo son tan históricos que, como decían algunos tertulianos tras el debate del miércoles, «habrá que votar a la conciencia, no al partido ni a la persona».

@angarcialvarez
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