29/07/2021
 Actualizado a 29/07/2021
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Marina sintiendo el calor plástico de la colchoneta de Tokio con el rostro aplastado tras una caída durante un calentamiento. La gimnasta española explica en nueve segundos lo que es el fracaso. Volar alto, esperar volar lejos y caer en un planchazo como cuando de niño uno estaba convencido de que sabía tirarse de cabeza y acababa abofeteado por el agua. Caer y que lo vean todos y que te juzguen todos y que todos se partan de risa. Me duele Marina y sus ilusiones rotas en el golpeo sordo y viral de su trompazo. Supongo que desde allí, desde el sudor pegajoso del tapete, se vive la más sola de las soledades posibles, el error mínimo irremediable que araña por dentro y desde dentro. Así es la vida, uno gira grácil a varios metros sobre el suelo y al segundo siguiente se encuentra vencido por sí mismo, que es la derrota más desconcertante. Porque la juventud y los años se es-capan así, cuando creías tenerlos bien amarrados con los dedos.

Marina González es esta sociedad alocada que consume todo lo que toca. A sus dieciocho años la deportista es además una tiktoker que acumula cientos de miles de seguidores en esta red social efímera y pobre por donde corrió como pólvora en Fallas el tremendo vídeo del desastre. Muchos de sus fans convirtieron su dedicación en comedia, sus años de esfuerzo en risas maliciosas, su popularidad en una condena. Marina y su sonrisa luminosa pocos días antes en las entrevistas asegurando que a los seis años ya le dijo al campeonísimo Gervasio Deferr que ella iría a unos Juegos. Y allí está en Tokio, Marina olímpica y feliz, con su bandera de España en el pecho y los inconta-bles sacrificios que jamás entenderán los palurdos de las carcajadas.

Ahora en Tiktok dicen que la del vídeo no es Marina, si no una compañera, y así se cierra la definición perfecta de nuestra época. Porque da igual si es o no Marina. Quien ríe o quien cae. Ser o no ser en las redes sociales es cuestión de nueve segundos.
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